Vehículos amontonados en una calle tras las intensas lluvias en Picaña (Valencia). EFE/Biel Aliño
Pere Valenciano. / EPDA
El pueblo valenciano ha sido abandonado por el Estado en múltiples ocasiones, y el reciente impacto de la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) ha puesto de manifiesto la falta de acción en áreas cruciales para su seguridad y desarrollo. Por eso hablaba el domingo pasado de un Estado quasi fallido en otro artículo publicado por El Periódico de Aquí. Las consecuencias de esta tormenta, que arrasó gran parte de la Comunitat Valenciana, podrían haberse reducido drásticamente si se hubieran ejecutado las obras necesarias, como las reclamadas desde hace años en el Barranco del Poyo, el Barranco de la Saleta de Aldaia, la presa de Cheste y otras infraestructuras hidráulicas esenciales.
A pesar de los informes técnicos que advertían sobre los riesgos de inundación y los continuos llamamientos de alcaldes como el de Aldaia, el Estado no ha respondido a tiempo. El coste estimado de esas obras de prevención era de 150-200 millones de euros, una cifra considerable, pero lejos de los 20.000 millones que se necesitarán para la reconstrucción de la zona devastada, especialmente l’Horta Sud, pero también La Ribera, la Hoya de Buñol-Chiva, Utiel-Requena, Camp de Túria y La Serranía. Además, si comparamos los costes de la prevención con los de los daños causados por la catástrofe, resulta evidente que la inversión en medidas preventivas hubiese sido infinitamente más rentable. Y lo más importante, algo irreparable, que son las personas que hab perdido la vida. Sin embargo, como siempre, la política ha fallado, y los intereses a corto plazo han prevalecido sobre las necesidades reales de los valencianos.
Además, la DANA ha dejado en ruinas infraestructuras clave para la movilidad, como las líneas C1, C2 y C3 de cercanías, que conectan comarcas más aisladas, dificultando aún más el acceso a servicios básicos y laborales. La red de Metrovalencia también ha sufrido daños significativos, lo que ha incrementado el aislamiento de muchas zonas periféricas y rurales, dejando a miles de valencianos sin opciones de transporte eficientes y seguras en un momento crítico.
La situación no se limita a la falta de infraestructuras hídricas. En términos económicos y sociales, Valencia ha sido sistemáticamente desatendida por el Estado. Es la comunidad peor financiada, lo que se traduce en un déficit de inversión en áreas clave como educación, sanidad e infraestructuras. A esto se suman las pérdidas económicas derivadas del cierre de las cajas de ahorro, como Bankia, la CAM y el Banco de Valencia, que no solo afectaron al sistema financiero, sino que también empobrecieron a las familias valencianas y desestabilizaron la economía de la región, amén de la pérdida como pueblo.
En el ámbito cultural, Valencia ha sufrido el abandono con el cierre de su radiotelevisión pública, Canal 9, una decisión que afectó al sector audiovisual y que, cuando se reabrió, se hizo de forma chapucera y sin una visión clara. La Comunitat Valenciana sigue siendo la única en España que ha cerrado su radiotelevisión pública, y los esfuerzos por reactivarla no han sido suficientes para recuperar la presencia y calidad de la oferta informativa y cultural que la ciudadanía exige. Sólo una desgracia como la DANA la ha vuelto a sintonizar con la sociedad.
El abandono de la Comunitat Valenciana también se extiende al deporte, en particular al fútbol. El Valencia CF, símbolo de la región, ha sido dejado de lado por los poderes públicos y empresariales y por su propia afición. Todos son culpables de la llegada de Peter Lim y la venta de un emblema que ya no nos pertenece. Los problemas financieros del equipo han quedado reflejados en los campos, mientras que las instituciones, empresarios y aficionados no han sabido, o no han querido, intervenir para evitar la debacle de una de las entidades deportivas más representativas de España.
Y, por supuesto, la infraestructura sigue siendo una asignatura pendiente. Proyectos fundamentales como el tren Gandia-Denia, el soterramiento de las vías del Parque Central de Valencia o el Corredor Mediterráneo siguen siendo promesas incumplidas. Estas infraestructuras no solo son vitales para la conectividad de la región, sino que también son claves para su desarrollo económico y social. El abandono de estos proyectos refleja un desinterés por una Comunitat Valenciana que, con su territorio diverso y estratégico, podría jugar un papel crucial en el futuro de España.
Finalmente, no podemos olvidar la situación de la agricultura, un sector que ha sido siempre el motor de la economía valenciana. La agricultura está muriendo lentamente debido a la falta de apoyos e inversiones, agravada por las políticas de la UE y de la falta de apoyo y autoestima del pueblo valenciano. El olvido del campo valenciano es otro ejemplo de cómo las políticas del Estado y la Generalitat, pero también del propio pueblo valenciano, no han sido capaces de responder a las necesidades de un sector vital para nuestra identidad.
El pueblo valenciano ha sido abandonado en múltiples frentes, y no parece que las cosas vayan a cambiar a corto plazo. Las promesas se suceden, pero las soluciones llegan tarde, y cuando lo hacen, son insuficientes. Mientras tanto, las consecuencias de este abandono se sienten en cada rincón de nuestra tierra, afectando la economía, la cultura, el deporte y el bienestar de todos los valencianos.
Buena culpa de todo ello es nuestra, del pueblo valenciano.
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