Peluquería afectada en Sedaví. EPDA
Baño de una vivienda afectada. EPDA
Casa afectada. EPDA
Paiporta tenía un rico comercio local. Cerca del auditorio había dos inmobiliarias, varias peluquerías, bancos como una sucursal de Caixa Popular y un comercio de aceitunas y salazones. Junto al ayuntamiento, el puente llevaba a la otra parte del municipio, con el hogar del jubilado y cientos de comercios de todo tipo, mientra que el otro puente, el de la rotonda, te llevaba a un restaurante que hacía esquina y numerosos comercios y empresas. La DANA arrasó con todos ellos. Imaginemos por un momento caminar por una calle que hasta hace pocos días era bulliciosa, llena de vida. Ahora, todo es un caos. Los bajos comerciales están destrozados, las viviendas a pie de calle, anegadas de agua y barro, sucias, por pintar, amueblar y recolocar los recuerdos de toda una vida. En cada rincón se respira la desolación: paredes ennegrecidas, muebles irreconocibles, el esfuerzo de toda una vida reducido a escombros. El ejemplo de Paiporta sirve para casi un centenar de localidades, aunque las más afectadas están en las comarcas de l'Horta Sud y La Ribera, con municipios como Aldaia, Benetússer, Catarroja, Sedaví, Picanya o Alfafar, con situaciones muy similares a las de Paiporta, o Algemesí, Carlet o Guadassuar. Y, entre todo esto, personas. Personas que lloran por lo perdido, no solo en lo material, sino también en lo humano. Es la situación que se vive casi 3 meses después en buena parte de las localidades damnificadas en las comarcas de la provincia de Valencia: l'Horta Sud, La Ribera, la Hoya de Buñol-Chiva, Utiel-Requena, Camp de Túria y La Serranía. La falta de planificación por parte de las administraciones que más dinero y recursos tienen, como el Gobierno de España y un plan de la Unión Europea, hace que pasear en enero de 2025 por localidades como Paiporta o Catarroja nos devuelva a una durísima realidad.
Cuando vemos las noticias, es fácil empatizar de manera superficial. Nos conmovemos unos instantes, sentimos pena, pero seguimos con nuestra vida. Sin embargo, ponernos realmente en la piel de quienes lo han perdido todo en esta DANA que ha golpeado la provincia de Valencia implica mucho más. Es imaginar el horror de una llamada a las 19 horas el 29 de octubre de 2024: “El agua está subiendo, no podemos salir”. Es imaginar la incertidumbre de saber que un amigo o un vecino no logró ponerse a salvo, que el torrente lo arrastró. Es sentir cómo cada día que pasa sin respuestas ni ayudas agrava la sensación de abandono. Las calles siguen con comercios destruidos, viviendas inhabitables y mobiliario urbano destrozado, sin semáforos y sin luz.
Los testimonios de los afectados describen un paisaje desgarrador. Familias que han perdido seres queridos, pequeños comerciantes que ven su negocio—su única fuente de ingresos—completamente destruido. Las ayudas prometidas son, en muchos casos, insuficientes para volver a abrir la persiana. El agua no solo arrastró bienes materiales; también arrastró la dignidad, la seguridad y la esperanza de miles de personas. Enfrentarse a esta tragedia requiere mucho más que palabras bonitas o visitas institucionales que se quedan en fotos.
Sin embargo, a este dolor humano se suma otro, igualmente hiriente: el tiempo. El tiempo que tarda en llegar la ayuda. Los trámites burocráticos, las evaluaciones interminables, las promesas de planes que no terminan de concretarse. ¿De qué sirve anunciar fondos si quienes los necesitan con urgencia deben esperar meses, incluso años, para recibirlos? Mientras las ayudas se demoran, las familias duermen en colchones prestados, los comerciantes tratan de salvar lo poco que quedó y trabajan a destajo para intentar reabrir sus tiendas y empresas, y el miedo a otra catástrofe sigue latente.
En este punto, cabe preguntarse: ¿dónde está la planificación? España es un país que conoce de sobra los estragos de fenómenos climáticos como la DANA. La Comunitat Valenciana ha sufrido numerosas riadas y en la provincia de Valencia todavía recordamos la Pantanà de Tous de 1982 y la riada de Valencia de 1957, así como numerosos efectos de la gota fría en numerosos otoños no muy lejanos. Sin embargo, seguimos improvisando. No existe un plan efectivo del Gobierno, ni un compromiso sólido de la Unión Europea para prevenir y responder con celeridad ante estas tragedias. No podemos resignarnos a que cada inundación sea un nuevo episodio de dolor colectivo prolongado por la inacción. Es urgente invertir en infraestructuras resilientes, reforzar los sistemas de drenaje, implementar planes de evacuación efectivos y, sobre todo, garantizar que las ayudas lleguen en cuestión de días, no de meses.
Pero, más allá de las soluciones técnicas, debemos mirar con empatía. Ponernos en la piel de quien ve cómo el agua destroza lo que con tanto esfuerzo construyó. Sentir su impotencia, su rabia y su tristeza. No podemos permitirnos mirar hacia otro lado, como si se tratara de un problema ajeno. Estas tragedias nos afectan a todos, porque demuestran lo frágil que es nuestra sociedad frente a la naturaleza y lo desprotegidos que estamos ante la lentitud de las instituciones.
La DANA en Valencia es una llamada urgente a la solidaridad y a la acción. No se trata solo de reconstruir casas y comercios, sino de devolverles a las personas su futuro, su dignidad. Y eso empieza por algo tan simple, pero tan poderoso, como hacer el esfuerzo de ponernos en su lugar. Solo así podremos exigir cambios reales y evitar que esta tragedia se prolongue durante meses, o peor aún, que se repita una y otra vez.
Pere Valenciano es fundador y presidente del Grupo El Periódico de Aquí
Calle afectada en Sedaví. EPDA
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