Susana Gisbert. /EPDA
Un año más, nos tenemos que enfrentar al cambio de hora. El fin de
semana no regala una hora más para dormir a cambio de obligarnos a aceptar que
los tiempos de la luz llegan a su fin. De nuevo las tardes se vuelven oscuras y
el sol se hace cada vez más caro de ver. Otra vez.
Confieso que este cambio de hora siempre me pone de mal humor, porque
certifica aquello que la temperatura ya iba anunciando: que del verano ya no
queda nada, por más que el cambio climático complique estas afirmaciones. Adiós
bikini, hola pijama de felpa. Es lo que hay.
Cada año, cuando llega el momento, me planteo lo mismo. ¿De verdad
sirve para algo este cambio de hora? ¿Cuál es el propósito de tocarnos las
narices con el reloj? Porque yo seré muy naif, pero creo que lo que no va en
suspiros va en lágrimas. O sea, que, si se aprovecha más la luz natural a
primera hora de la mañana, esa luz natural es la que falta a primera hora de la
tarde, y lo que se ahorra en un lado se gasta en otro.
Y, además, algo tendrá el agua cuando la bendicen, y este cambio de
hora, salvo por el hecho de que nos regale una hora más para dormir, es
denostado por todo el mundo. A nadie, o a casi nadie, le gusta. Es el cambio de
hora “malo”, por contraposición al cambio de hora “bueno”, que es el de la
primavera, y la luz y el de los días largos y las vacaciones a la vuelta de la
esquina.
Creo recordar que antes de la pandemia decían que el cambiar se iba a
acabar, y que nos íbamos a quedar con la misma hora para siempre, sin cambios
ni recambios. Lo que no habían decidido es con cuál de las dos nos quedábamos.
Pero luego pasó lo que pasó, y ya el cambio de hora nos empezó a importar un
pepino en comparación con lo que nos estaba cayendo encima.
Pero ahora que ya hemos pasado aquel trago, es hora de retomar ese propósito.
Y no para dentro de unos cuantos años, sino ya mismo. Porque con solo pensar que,
otra vez, a las cinco de la tarde se me va a hacer de noche se me cae el alma a
los pies. Y no están los tiempos como para ir recogiendo almas por los suelos.
¿Verdad?
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