Tuit de Joan Baldoví. /EPDA Baldoví ha colgado en sus redes sociales una fotografía de Mazón al revés. Como si fuese Felipe V o un Cinco Jotas. Entendería que, vista del revés, la sonrisa del cambio se vería más triste. Pero, para tristeza de Baldoví, el cambio se queda.
“Qui no me em respecta com a valencià, no mereix el meu respecte”, escribe Baldo. Como Mel Gibson en “Braveheart”, pero sin la cara pintada. Que a uno le pinten la cara con asiduidad es agresivo para los tejidos cutáneos y demoledor para el crédito.
¿Qué distingue a Mazón y Baldoví? Se resume en la descripción falsamente atribuida a Umberto Eco sobre los hermanos Gallagher, líderes de la banda británica Oasis: “Noel es un poeta y Liam uno de esos pregoneros británicos que gritan mientras agitan una campana”. Ese desequilibrio fraternal convirtió a Oasis en la razón por la que muchos llenábamos las paredes de nuestros cuartos adolescentes con portadas de la revista NME.
Liam Gallagher traía ese estilo canalla que, a esas edades, a uno le resulta aspiracional. Baldoví siempre quiso ser la “Rock ‘n’ Roll Star” sobre la que cantaban los de Manchester. Opositó para ello en el Congreso durante años, pero acabó siendo el telonero de Rufián — que sólo iba a estar dieciocho meses —.
Hoy se habla de la polarización en la política española como si la política española hubiese sido alguna vez la Disneyland del espíritu. Pero, sobre todo, se habla de esa polarización como de una ópera egipcia. Como si fuese una obra coral en la que el resultado consiste en la suma de la participación idéntica de cada uno de los actores.
No. Ni todos los políticos son iguales, ni Mazón y Baldoví son lo mismo. No es lo mismo renunciar a tu turno de palabra en un pleno, por respeto a las víctimas del incendio de Campanar, que romper el luto para sacar tajada política. No es lo mismo aprobar las cuentas del gobierno en Madrid, y vender aquí que son injustas para los valencianos, que denunciar la infrafinanciación al coger el AVE en Joaquín Sorolla y seguir haciéndolo al bajarte en Atocha — bueno, en Chamartín —.
Nuestras instituciones recordarán los discursos de todos. Al fin y al cabo, las palabras tejen surcos en los muros, como en los discos de vinilo, y se dejan escuchar mucho tiempo después.
Pero la honorabilidad no se refleja recibiendo el premio Grammy a la canción del año, sino el que reconoce toda tu carrera artística. De “one hit wonders” — esas bandas a las que sólo se recuerda por una canción — están los desguaces de la memoria llenos.
Comparte la noticia