Susana Gisbert, fiscal y escritora. /EPDAEl otro día una amiga de la infancia me decía muy convencida que no pensaba ir a ver la película “Barbie” porque ella era de Nancy y se negaba a serle infiel. Me entraron hasta remordimientos. Dios mío, yo también era de Nancy y no solo fui a ver “Barbie” sino que voy recomendándola a diestro y siniestro. ¿Estaré cometiendo un terrible acto de traición y felonía?
Después de mucho pensarlo, creo que tengo bula. Yo soy de Nancy, pero mis hijas fueron de Barbie, y eso creo que me disculpa. Menos mal.
Pero mi amiga no es la única que plantea semejante cosa, la fidelidad a nuestra muñeca de cabecera como si fuera la fidelidad a un equipo de fútbol o a un cantante de moda. Y, en realidad, es una falacia. Ni en mi infancia ni en la de mis hijas se podía elegir entre una u otra, porque había lo que había. Y quede claro que me refiero a la Nancy clásica, la de mi infancia, no a las versiones posteriores.
Aunque cronológicamente Barbie y Nancy convivieron -Barbie nació en 1959 y Nancy en 1968-, en realidad nunca lo hicieron en España, o no al menos en mis recuerdos, por más que la licencia para fabricar Barbies a cascoporro en nuestro país date de 1977. En mi infancia, y la de mi amiga, Nancy era la reina y señora y no tenía competencia.
Pero la elección -forzada- entre una y otra no es elegir entre unos rasgos u otros, entre una moda u otra. Es mucho más. Nancy era una niña, una especie de hermana mayor, y Barbie era una mujer. La una tenía curvas apenas insinuadas, y la otra, curvas imposibles; la una tenía pies planos y la otra estaba de puntillas y solo podía calzar tacones. Además, cuando Nancy se vestía de enfermera o de azafata se trataba de un disfraz y cuando lo hacía Barbie era su ropa de trabajo. En definitiva, mientras una Nancy estrella vestía de Primera Comunión, una Barbie estrella vestía de novia.
Ambas tenían un vestuario variadísimo, aunque el de nuestra Nancy siempre era infantil, por el contrario que el de Barbie, muy sofisticado. Y es que no eran lo mismo, del mismo modo que la sociedad americana, donde nació Barbie, nada tenía que ver con las España de finales de los 60, donde ser creó Nancy. Por eso, cuando evolucionamos, acabó el reinado de Nancy para adoptar a Barbie como si hubiera nacido en Lavapiés. O en mi Ruzafa.
Yo sigo conservando a mi Nancy original, y la he vestido con una toga de fiscal que le sienta como un guante. Así seguro que me perdona todo. ¿Verdad?
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