Trabajadores sanitarios del hospital La Fe de València, en un momento de descanso. EFE/Kai Försterling/ArchivoAnsiedad, estrés, tristeza, miedo, enfado, culpa o retraimiento son algunos de los pensamientos que han podido sentir los profesionales sanitarios durante esta crisis sanitaria, unas respuestas emocionales que son "naturales" y sobre las que es necesario reaccionar de una manera proporcionada a cada situación.
Ante "situaciones excepcionales, es lógico tener respuestas excepcionales", asegura la guía 'Manejando el estrés en tiempo de crisis para personal sanitario', elaborada por la Clínica de Psicología de la Fundación Lluís Alcanyís de la Universitat de València, que indica que "incluso evitar estas reacciones, minimizarlas, negarlas, o estar en shock temporalmente, es natural".
Los psicólogos afirman que la "receta" es "darse tiempo para asimilar las emociones, y, en la medida de lo posible, aceptarlas", y consideran que el profesional sanitario "no puede elegir lo que le está tocando vivir -una situación excepcional- pero sí cómo afrontarlo".
En una situación de pandemia se aúnan fatiga, cansancio, presión asistencial y falta de medios y recursos a los estados emocionales naturales de los profesionales (ansiedad, enfado, miedo o tristeza) y a las emociones de sus compañeros de trabajo y de sus pacientes.
Una de las respuestas emocionales que puede sentir el profesional sanitario es la ansiedad, una "emoción natural" porque aumenta la demanda de asistencia, deben tomarse medidas de protección excepcionales y decisiones rápidas, y los pacientes pasan por situaciones muy difíciles.
La ansiedad permite "activarnos y enfrentarnos a las situaciones manteniendo nuestra mente y cuerpo listos para actuar eficazmente", según los psicólogos, que añaden que el problema surge cuando esa ansiedad, en lugar de proteger y ayudar, provoca un "malestar que entorpece realizar su trabajo o conciliar la vida personal y laboral".
Si se mantiene en el tiempo, puede llevar a cambios somáticos (alteración del ritmo cardíaco, insomnio, cefaleas, cansancio...) o conductuales (aislamiento, irritabilidad), a ponerse "en el peor de los casos" o "culpar o culpabilizarse de forma desproporcionada, pensamientos que "no ayudan a cumplir objetivos" ni a fomentar un ambiente "menos agobiante".
Los profesionales sanitarios también pueden sentir tristeza, una "emoción necesaria" que suele darse ante situaciones como una pérdida, limitación o derrota y que ayuda a protegernos de nuevos sucesos negativos en el momento presente (aislándonos brevemente para evitar la acumulación de hechos negativos) y en el futuro (previniendo que, pasado un tiempo, volvamos a sentirnos mal).
Sin la tristeza "no podríamos crecer como personas y nos expondríamos a sufrir nuevos sucesos negativos", afirman los psicólogos, que añaden que es "natural" que puedan darse momentos de "desaliento, llanto y desesperanza" pero es "bueno y adecuado poder expresarlos, dejar de exigirse tener que estar siempre bien y al pie del cañón, y permitirse ser cuidado".
"Cualquier situación en la que se da sufrimiento, dolor y muerte lleva aparejada una sensación de impotencia que puede proyectarse contra otras personas, contra uno mismo y contra el mundo en general", explican los expertos, que añaden que estas emociones "surgen de la necesidad de recuperar algo, o cuando nos sentimos objeto de una injusticia".
Los sanitarios también pueden sentir miedo, una de las "emociones más importantes del ser humano y, sin embargo, una de las más indeseadas. Nos avisa de posibles amenazas y nos ayuda a prepararnos para hacerles frente o evitarlas pero el problema surge cuando ese miedo ocupa demasiado tiempo, paraliza o bloquea".
Durante una epidemia, señala la guía, es natural que "como sanitario y ser humano" le asalten preocupaciones y miedos: "Por ti, por las personas a las que atiendes y por tus seres queridos", como prepararse para la jornada laboral sabiendo que debe combatir la COVID-19, el momento de ponerse los EPI o estar delante de un paciente afectado.
En estas circunstancias, el miedo ya no es adaptativo y puede mostrar manifestaciones fisiológicas (presión en el pecho, temblor, sudoración, taquicardia) o comportamentales (evitar situaciones y lugares), pensamientos repetitivos o muy rígidos o ser incapaz de contemplar otras posibilidades u otros escenarios posibles.
La actual situación también puede provocar un "retraimiento", una falta de comunicación con las personas del entorno y, en esos casos, se aconseja acudir a un profesional en Psicología si no encuentra en su entorno a alguien con quien desahogarse.
Otro sentimiento posible es la culpa, que implica una mezcla de pensamientos y emociones que se traducen en sentir que hemos cometido una transgresión moral contra uno mismo u otra persona, y es útil si conduce al cambio personal, fomenta la empatía y nos ayuda a perdonarnos.
"Sin culpa o con un exceso de esta, el mundo sería un lugar terrible", aseguran los psicólogos, que añaden que la culpa es una "emoción adaptativa" y sentirla "debe implicar, en cierta medida, el que reparemos el posible daño, pero no una condena con la que debamos pagar durante toda la vida".
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