José Enrique Garcia. /EPDA
La
famosa canción de Concha Velasco, “Mamá, quiero ser artista”, captura el deseo
de brillar, de destacar, de hacerse un lugar en el escenario. Esa misma frase
puede aplicarse a quienes aspiran a ser líderes, porque en muchas ocasiones,
liderar es también un arte. No basta con saber, no basta con tener todas las
competencias; lo que verdaderamente marca la diferencia es la actitud. Y eso es
algo que muchos líderes, aunque no tengan todas las habilidades, poseen en
abundancia: el deseo de aprender, mejorar y crecer. Tener en cuenta que es más
complicado cambiar lo que eres, que aprender nuevas formas de hacer, así que la
actitud es un premio que tienes para mejorar en tu carrera profesional.
En
el liderazgo, como en el arte, la actitud lo es todo. A menudo, en las empresas
y organizaciones, se promovemos a personas a roles de liderazgo basándonos en
su experiencia técnica o su conocimiento especializado. Y no me malinterpretes,
eso es importante. Pero hay algo que pesa mucho más, algo que puede marcar la
diferencia entre un líder que simplemente cumple y uno que inspira: la actitud
para aprender. Esa chispa que lleva a alguien a decir “quiero ser mejor”,
“quiero liderar” y, sobre todo, “estoy dispuesto a hacer lo necesario para
lograrlo”.
En
mi experiencia, he visto a personas brillantes, técnicamente excepcionales,
fallar en el liderazgo porque no estaban dispuestas a escuchar, a aprender de
los demás, a adaptarse. Y también he visto a gente con menos conocimientos
técnicos, pero con una actitud arrolladora, crecer, aprender y convertirse en
líderes inspiradores. Porque liderar es mucho más que tener todas las
respuestas. Se trata de ser capaz de enfrentar lo desconocido, de tener la
humildad de aceptar que no lo sabes todo, pero también de tener el coraje de intentarlo,
de aprender y mejorar.
Cuando
hablamos de liderar con arte, hablamos de esa capacidad de adaptación, de
conexión con el equipo, de la habilidad para inspirar y guiar a otros. Pero,
cuidado, porque a veces se cae en el error de pensar que liderar con arte es
algo etéreo, algo que no se puede aterrizar en acciones concretas. En LiderHazAlgo pongo mucho énfasis en esto:
un buen líder no es aquel que solo tiene ideas abstractas, sino el que es capaz
de traducirlas en conductas reales, en acciones que mejoren el día a día de su
equipo y de su organización. La clave está en pasar del “quiero ser líder” al
“hago lo necesario para serlo”. Y ese paso lo da la actitud.
Muchos
líderes en potencia pueden no tener todas las competencias desde el primer
momento, pero lo que realmente importa es que tengan la actitud correcta. Si
tienes ganas de aprender, de crecer, si estás dispuesto a aceptar que liderar
no es fácil, pero que vale la pena, entonces ya tienes lo más importante.
Porque el liderazgo no es un don reservado para unos pocos. Es un camino que se
construye con humildad, con aprendizaje continuo y, sobre todo, con la actitud
correcta.
“Mamá,
quiero ser líder” es algo que muchos podrían decir. Y, como en la canción, no
todos empiezan con todas las herramientas, pero lo que realmente define si
alguien será un buen líder es su disposición para aprender, para mejorar.
Porque el verdadero liderazgo, el que cambia equipos y organizaciones, no se
basa en tener todas las respuestas, sino en la actitud de seguir buscando, de
seguir aprendiendo, de seguir liderando. Así que, si quieres ser líder, si
tienes esa chispa, esa actitud para aprender, estás en el camino correcto.
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