Susana Gisbert. / EPDA
Empiezo estas
líneas, una vez más, haciendo una confesión. Ni la idea ni el título de este
artículo me pertenecen. Han sido directamente inspirados por el post en la red
social del defenestrado pajarito -mucho
más mono que la sosa X actual- que publicó una buena amiga, inspirada a su vez
por una fotografía tan tierna como inquietante. Pero estoy segura de que me
presta la idea.
Se trataba
de la fotografía de un niño de muy pocos años escribiendo sobre uno de los
cascotes de la habitación destruida en la que se encuentra, fruto de un
bombardeo. El niño parece concentrado en su tarea, como estaría cualquier otro niño en el mejor de
los colegios.. O quizás más. Porque esta criatura, por desgracia, ya conoce lo
que muchas personas tardamos años en conocer: que aprender es una necesidad
absoluta que determinará el resto de su vida.
Quienes
hemos crecido en la normalidad de un colegio, de unas rutinas y de una vida
ordenada, con más o menos medios, no somos conscientes de lo que tenemos. De lo
que significa algo aparentemente tan simple como vivir en paz, entendido como
el transcurrir de la existencia en ausencia de guerra. O de lo que significaría
que te veten el acceso a cualquier tipo de enseñanza solo por haber nacido
mujer, como ocurre en algunos países, o por no tener determinado estatus, como
sucede en otros. Porque ni se nos pasa por la cabeza que eso nos pudiera pasar,
sin pensar que tal cosa depende, simplemente, de haber nacido en un sitio o en
un lugar concreto.
El niño de
la imagen me provoca, como he dicho, ternura e inquietud al tiempo. Ternura,
porque parece mentira que pueda hacer su tarea como cualquier niño, ajeno al
caos de su alrededor; inquietud, porque no conocemos que pasó después de tomar
esa fotografía, si ese niño sigue vivo o se ha convertido en uno más de esos
fríos números en que se traduce el balance de cualquier guerra. Pero, además de
todo eso, me produce rabia, una rabia y una impotencia enorme, porque no hay
derecho a lo que están sufriendo este y tantos otos niños y niñas por culpa de
intereses que les son totalmente ajenos. Porque nadie piensa en la infancia
antes de dar la orden de devastar un territorio. Porque, en definitiva, el fin
no justifica os medios, sea cual sea ese fin y aún suponiendo que pudiera ser
positivo, que tampoco suele ser el caso.
Ojala este
niño pueda seguir haciendo esa tarea por mucho tiempo. Pero ni siquiera eso
tiene.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia