Rafa Escrig. /EPDA Hace unos días, cuando fui a colgar la camisa, reparé en la percha que hay detrás de la puerta del dormitorio y me di cuenta que era la misma que tenía en mi dormitorio de soltero, hace de ello cuarenta y ocho años. Supongo que ya se habrá impregnado de mí y conocerá mi vestuario de memoria, los cambios de temporada y las modas. Entonces también estaba detrás de la puerta, junto a la ventana de aquel pequeño dormitorio, mi sancta sanctorum, donde pintaba, escribía poemas o tocaba la guitarra. En aquel dormitorio apenas entraba mi madre. Ella me dijo un día: Tu te lo limpias y te lo arreglas como quieras. Mi madre, me enseñó a hacer la cama, a limpiar los cristales, a lavar el suelo, a coserme un botón y hacer una orilla al pantalón. Quería que el día de mañana fuera autosuficiente, eso que se dice ahora, como si lo acabaran de inventar. En cuanto al orden de aquella habitación, era bastante caótico. Por no tener armario, la ropa se amontonaba en varias capas sobre una silla y en esa percha que aún conservo. Un día escribí una canción que titulé “L´estancia d´un artista”, en la que con tres acordes de guitarra, detallaba los trastos que inundaban el cuarto. El mueble principal, era un escritorio con tres cajones, que yo pinté de rojo.
Recuerdo que hice una escultura con soporte de madera de aglomerado, yeso y piedras de vidrio salidas de la colada de una fábrica que estaba por Campanar. La escultura estaba inspirada en las “Manos implorantes” de Alberto Durero. Una vez terminada tuve que destruirla porque no salía por la puerta. Estas cosas me han ocurrido también de mayor, al montar el casquillo de una bombilla siempre me dejaba una pieza por poner y tenía de desmontarla. Falta de programación diría un técnico, y querer hacer las cosas deprisa, algo que siempre me critica mi mujer. Recuerdo también que decoré los cristales de la ventana con unas acuarelas sobre papel que aún conservo, lo mismo que la percha. Supongo que esto son cosas que nos conectan con el pasado y nos ayudan a refrescar la memoria.
Años después, cuando empezaba a salir con mi mujer, la llevé a mi reducto y le enseñé aquellas cosas, que era como abrirle mi mundo. Más adelante, empapelamos entre los dos las paredes y le dimos un cambio al dormitorio. Comenzó a notarse que entraba en mi vida una mujer.
Todo esto me lo dijo ayer la percha de detrás de la puesta. Me lo dijo sin reproches y disimulando su cansancio. Se ha hecho tanto a nosotros que ahora es uno más. Hace unos cincuenta años, cuando nos conocimos, soportaba mi ropa y quién sabe cuántas cosas más. Ahora sólo cuelgo un par de cosas; mi mujer la ha colonizado casi por completo colgando su ropa, sus bolsos y los sujetadores. Otro signo de esa mujer entró en mi vida.
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