Pere Valenciano. EPDAEl periodismo fue el sector más afectado, después de la construcción, en la crisis del 2007-2010. La caída de la inversión publicitaria y el cambio de hábitos entre los lectores, que se iban pasando poco a poco al consumo digital abandonando la compra de periódicos en papel, hicieron que miles de periodistas fueran al paro. Tras varios años más de sangría en la profesión, ésta vivió un periodo de mejoría hasta marzo del año pasado, cuando irrumpió en nuestras vidas el coronavirus. La pandemia nos encerraba en casa durante varios meses, incluyendo un periodo de desescalada y otro mal denominado de 'nueva normalidad'. Durante ese tiempo, aunque los quioscos permanecieron abiertos, la venta de periódicos en papel se desplomó. Una vez recuperada una cierta normalidad, los hábitos de consumo habían cambiado seguramente para siempre: el 2020 ha sido el afianzamiento definitivo de los medios digitales, lo que ha sumido en una crisis sin precedentes y lamentablemente parece que definitiva a la prensa escrita. Levante-EMV y Las Provincias, por poner dos ejemplos, no llegaban a los 6.000 ejemplares de media semanal en diciembre, frente a las cifras de más de 40.000 diarios y más de 80.000 los domingos que por ejemplo alcanzaba Las Provincias en los años 90 cuando lo dirigía María Consuelo Reyna.
El periodismo como lo conocíamos hasta hace unos años está en crisis, decía. Y lo está por la irrupción de internet y los medios digitales, así como las redes sociales, que muchos confunden peligrosamente y las utilizan como fuentes informativas, cuando están plagadas de 'fake news', mentiras, manipulaciones y estupideces. Pero, ¿quién sabe distinguir entre informaciones veraces y basura? Un elevado porcentaje de personas que comparten por sus RRSS y por otras vías, como whatsapp, lo hacen sin confirmar la veracidad de lo que reenvían. Y aquí radica un gravísimo problema, cuando se sustituyen los medios de comunicación y los periodistas por fuentes informativas contaminadas o manipuladas. La postverdad, también llamada así, que está causando un gravísimo daño a las democracias de todo el mundo, a la convivencia y al debate serio y constructivo en las sociedades avanzadas del Siglo XXI. Encontramos muchísimos ejemplos de personas y pesonajes que contribuyen a la desinformación e intoxicación, muchísimos 'no medios' de comunicación, webs creadas simplemente para confundir y engañar, con formato periodístico, pero que no es tal, y que se convierte en una verdad para muchas personas precisamente por la multiplicación que se hace a través de RRSS y plataformas de todo tipo. El mejor -el peor- ejemplo de los últimos tiempos puede que sea Donald Trump, el anterior presidente de los Estados Unidos, quien atacó gravemente a periodistas y medios de comunicación y que optó por promover y compartir mentiras, 'fake news', a su favor, siendo la mayor de ella probablemente la no aceptación de su derrota electoral y contribuyendo a crear desconfianza en el resultado, con el patético episodio del asalto al Capitolio alentado por él mismo.
El periodismo es necesario. Es un referente imprescindible para la democracia. Y no puede ser sustituido por las redes sociales ni por pseudomedios digitales. El periodismo digital de medios referentes está luchando por sobrevivir entre tanta basura y lo ha hecho introduciendo el muro de pago o la suscripción. Sin embargo, acabarán por desaparecer los medios impresos de pago o reducidos a periódicos de fines de semana. Un fenómeno que implica: por un lado, que más periodistas vayan al paro y, por otro, el lector digital lee cada vez menos noticias y secciones y se queda más en el titular, que el lector tradicional de periódico en papel. Desde mi punto de vista, vamos hacia un peor periodismo y, sobre todo, hacia un peor lector. Pero esto no tiene solución.
Lo que sí podría tener solución es la mejora de los derechos de los y las periodistas. Recientemente se han conocido EREs en las redacciones de la delegación valenciana de El Mundo, Levante e Información. Despidos por la crisis económica y ese trasvase de lectores del papel a la web que, sin embargo, no lleva aparejada una compensación en los ingresos publicitarios. Una situación empeorada por la pandemia y que desgraciadamente todavía no ha tocado fondo, pues todavía nos quedan por ver la desaparición o reducción al máximo de cabeceras históricas. El periodismo, más allá de las tendencias sociales de consumo y económicas, tiene en su falta de unidad y compañerismo su principal talón de aquiles. El egoísmo y la insolidaridad hacen que la profesión sufra un paulatino y profundo desmantelamiento, así como un intolerable intrusismo. La culpa la tenemos nosotros y nosotras. Periodistas que se rasgan las vestiduras cuando despiden a un compañero o compañera de medio de comunicación o de ideología afín y calla y mira hacia otro lado cuando ese 'compañero' o esa 'compañera' le importan un carajo porque es de la competencia o es de tal o cual tendencia ideológica.
Ejemplos de solidaridad selectiva los hemos visto en numerosas ocasiones en la Comunitat Valenciana y en otros territorios de España. Pero vayamos a dos especialmente llamativos: el cierre de Canal 9 y la apertura de À Punt. En el primer caso, much@s profesionales fueron discriminados en diferentes épocas con el silencio cómplice del resto y con el cierre de la primera RTVV much@s recuperaron el espíritu crítico que habían perdido mientras eran bien remunerad@s. Con la apertura de À Punt, y sé muy bien de lo que hablo, el tongo de los concursos públicos para elegir al director general sólo ha generado un silencio ensordecedor de la mayoría de compañeros y compañeras, much@s de l@s cuales callan porque cobran del erario público por ir a tertulias. Las mismas personas que se rasgarían las vestiduras si los partidos políticos gobernantes fueran otros o si el denunciante al que el TSJ le ha dado la razón, fuera otra persona.
Esta desunión que nos perjudica a todos y todas sería menor si contáramos con un Colegio Profesional de Periodistas en la Comunitat Valenciana, al que se resisten algunos dinosaurios porque ven peligrar su estatus. Perdemos la inmensa mayoría de profesionales y especialmente las nuevas generaciones.
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