Susana Gisbert, fiscal y escritora. /EPDA Confieso que he estado pensando un rato antes de teclear el título de este artículo. Mi primera idea fue la de hablar de solidaridad, pero hemos hablado tanto en estos días de ella que se me quedaba un poco corto. Y al final, decidí que hablar de humanidad era lo más adecuado.
Hemos pasado unos días horribles La catástrofe más horrible que se recuerda en esta tierra en mucho tiempo, que nos dejará marca para siempre. Pero junto al horro vivido ha habido una vertiente positiva, que ha sido la solidaridad de todo el mundo, de dentro y de fuera de nuestras fronteras, especialmente del voluntariado de esa generación que llamábamos de cristal y que ha resultado ser de oro puro.
Pero hoy me quería centrar en una parte muy importante de esa riada de solidaridad, probablemente la que más pronto reaccionó y la que mejor se gestionó dentro de sus posibilidades. Habló. Ni más ni menos, que, de la comunidad fallero, a la que pertenezco desde siempre y de la que me enorgullezco de pertenecer más que nunca.
El mundo fallero fue el que primero se movió y, más que probablemente, será quien siga manteniendo la bandera de la humanidad y la solidaridad cuando mucha gente ya se haya olvidado. Y dio un ejemplo de organización que para sí quisiera más de un político. Porque, dando muestras de la transversalidad que es tan característica de nuestro universo, nos pusimos en marcha desde el minuto cero. No había casal fallero donde no se recogieran las cosas más necesarias, se montarán grupos de voluntariado, se organizara el transporte de víveres o se atendiera cualquier otra necesidad de los damnificados. Y, cuando lo más esencial se hay cubierto, se seguirán donando beneficios, o recaudaciones de espectáculos, o cualquier otra coa con tal de seguir ayudando.
No es nada nuevo. Lo vimos en la pandemia y lo hemos visto cada vez que ha hecho falta arrimar el hombro. Recordemos, por ejemplo, que algunos casales falleros se han convertido en los puntos habituales de donación de sangre durante todo el año. Porque la humanidad está en nuestro ADN.
Así que, cuando el próximo mes de marzo alguien vaya a protestar por el ruido de los petardos, porque cortamos las calles o porque los monumentos le impiden el paso, que lo piense por un momento antes de hacerlo. Ha sido el tejido social que creamos durante todo el año el que ha formado parte de esa reconstrucción tan necesaria. Los primeros en asumir en duelo y en arrimar el hombro. Y, teniéndolo en cuenta, tal vez merezca la pena la molestia.
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