Tras su visionado, muchos se preguntarán por qué esta auténtica joya no obtuvo ninguna nominación a los Óscar. Desde luego, merecía bastantes más que algunas de las candidatas. Dejando al margen unos premios cuestionables, los espectadores españoles tienen ahora la oportunidad de disfrutarla. No obstante, el mayor reparo reside en la limitada distribución de la que ha gozado.
Nos cuenta una historia que cautiva, conmueve y divierte. Recuerda ligeramente a Shakespeare enamorado en clave dramática y actual. Se vale de un reparto irreprochable, pese a que varios de sus componentes debutan ante las cámaras. Por otra parte, la inversión realizada, inferior al millón de dólares, le aboca a presentar unas hechuras que identificamos con el cine indie. Curiosamente, el resultado es inversamente proporcional a su presupuesto.
Dan se siente profundamente deprimido. Como el resto de su familia, no ha podido superar una tragedia repentina y desoladora. Algo empieza a cambiar el día que, cerca del trabajo, contacta por casualidad con un grupo de teatro aficionado. Casi sin pensarlo empezará a ensayar Romeo y Julieta y hará buenas migas con sus improvisados compañeros. Le servirá de evasión e incluso podrá desahogarse en ese espacio seguro que le brinda el escenario. Sin embargo, prefiere no contar nada en casa porque le da vergüenza.
El guion juega bien sus bazas. Al principio evita entrar en la descripción detallada de la desgracia que ha traumatizado al protagonista. Demuestra que tampoco le hace falta; con unas someras pinceladas centra el relato y atrapa la atención del público. Aun así, asistimos a secuencias domésticas tensas e irritantes que equilibran los curiosos encuentros de los actores amateurs, animados por situaciones anecdóticas.
Paulatinamente, cede terreno a los demás personajes, que alcanzan una relevancia determinante para exteriorizar y canalizar los pesares. Cabe destacar igualmente la manera en que plasma el intercambio de emociones entre la obra clásica y la triste realidad, con efectos sanadores. Por eso, también depara momentos que inevitablemente encojen el corazón, sobre todo en los minutos finales.
Keith Kupferer, desconocido internacionalmente, acredita un oficio extraordinario y una naturalidad que traspasa la pantalla. No se quedan atrás la hija y esposa de este intérprete. Aunque no son actrices profesionales, se ganan los aplausos, especialmente la joven Katherine Mallen (lleva el apellido materno), esplendida en cada intervención. La veterana Dolly De León, sobresaliente en El triángulo de la tristeza (2022), vuelve a brillar.
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