José Enrique García. /EPDAImagínate a un hombre inclinado sobre un cuaderno de bocetos, sus manos manchadas de carbón y tinta, sus ojos observando con una intensidad casi obsesiva. Dibuja un ala mecánica inspirada en los pájaros, anota observaciones sobre el flujo del agua y luego, en la misma página, perfila el esbozo de una sonrisa que siglos después se convertiría en la más enigmática del mundo. Ese hombre es Leonardo da Vinci, el genio del Renacimiento. Un artista que entendía de anatomía mejor que muchos médicos de su tiempo, un ingeniero que soñaba con máquinas voladoras antes de que existiera la aviación, un científico que combinaba la curiosidad con la experimentación constante. Leonardo no era solo un pintor, ni solo un inventor, ni solo un anatomista. Era todo eso a la vez. Su genialidad no radicaba en su capacidad de especializarse en una única disciplina, sino en su habilidad para integrarlas todas.
Hoy, en pleno siglo XXI, las empresas buscan talento con esa misma versatilidad: personas que no solo sean expertas en su área, sino que también puedan conectar conocimientos, innovar y desafiar los límites de lo establecido. Sin embargo, la educación tradicional ha apostado durante mucho tiempo por la especialización, segmentando el conocimiento en compartimentos estancos que, en muchos casos, impiden la interconexión entre disciplinas. Nos enseñan a pensar dentro de una caja cuando la verdadera innovación ocurre en los espacios intermedios, allí donde las fronteras entre lo técnico, lo creativo y lo estratégico se difuminan.
La pregunta es: ¿cómo pueden las empresas formar a un Leonardo da Vinci moderno dentro de sus organizaciones? La respuesta está en la formación experiencial. Si Leonardo viviera hoy, probablemente no se conformaría con un curso tradicional basado en diapositivas y teoría. No se limitaría a leer manuales sobre liderazgo o memorizar técnicas de ventas. Él aprendería experimentando, sumergiéndose en problemas reales, dibujando, probando, equivocándose y ajustando su método. Y es exactamente así como las empresas pueden formar a los "Leonardos" del siglo XXI: generando experiencias de aprendizaje que permitan a los profesionales integrar conocimientos, enfrentarse a retos y aprender haciendo.
En un mundo en el que la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso y los modelos de negocio cambian constantemente, necesitamos profesionales que sepan adaptarse, combinar saberes y conectar puntos que a simple vista parecen inconexos. La formación experiencial no es solo una alternativa a la educación tradicional, es una necesidad estratégica para cualquier empresa que aspire a liderar en su sector. No basta con impartir conocimientos, hay que diseñar experiencias que inspiren, reten y transformen. Porque al final, las empresas que sobreviven no son las más grandes ni las más fuertes, sino aquellas que tienen la capacidad de evolucionar y reinventarse constantemente. Y para lograrlo, necesitan a sus propios Leonardo da Vinci.
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