Amparo Sampedro Si un hombre mata a un niño (su hijo) con la intención de infligir a una mujer (su pareja) el más terrible tormento que puede existir para una madre, es un asesino machista.
Si un hombre planifica el mayor de los horrores para una madre para que el dolor la arrase para siempre, es un asesino machista.
Si un hombre asesina a su propio hijo para mantener muerta en vida a la madre del niño, fulmina cualquier posibilidad de considerarlo “padre”: es el verdugo de esa mujer y el asesino de su criatura.
Ese hombre, esa bestia, no asesina a un niño (su hijo) porque sea el objeto de su ira o un obstáculo para lograr lo que pretende. Lo asesina para que esa monstruosidad destruya a su madre.
El objetivo de esa bestia es esa mujer que él considera de su propiedad; esa mujer que quizá dice “¡basta!”… por eso, él ha urdido el peor de los castigos para ella: matar a su niño.
No, no es un padre que ha asesinado a su hijo. Es un hombre “bestializado” por la violencia machista en la que milita y que ha asesinado al hijo de una madre para acabar con ella, cosiéndola a un finísimo hilo de aire que apenas le permita boquear para contemplar con espanto los restos de su vida.
ETA asesinó a 864 personas a lo largo de sus 43 años de existencia (1968-2011).
Jamás nos acostumbramos porque nos negamos a hacerlo.
La violencia machista ha asesinado a 1.138 mujeres desde que existen datos que registran esos asesinatos: 19 años (2003-2022).
43 años = 864 personas (mujeres, hombres y niños)
19 años = 1.138 mujeres (solo mujeres)
No es materia opinable. Lo he escrito muchas veces: afortunadamente, la violencia terrorista etarra dejó de matar hace once años; sin embargo, la violencia machista sigue asesinando a mujeres y a sus hijos.
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