Juanvi Pérez. / EPDA En estos momentos de zozobra, con el permiso de la ministra Celaá
y su proyecto de adoctrinamiento y sumisión del sistema educativo al
pensamiento único, la referencia a los clásicos es inevitable. Mientras la
pandemia nos preocupa y ocupa, el Ejecutivo social-comunista y sus socios
siguen impasibles en la laminación de todo aquello que dificulta la venida del
nuevo régimen. Los tics totalitarios del neomarxismo buscan romper los
contrapesos y el control mutuo que la tan cuestionada Constitución del 78 nos
había facilitado. Contrapesos (checs and balances en el mundo
anglosajón) que garantizan y dan sentido al Estado, armonizando el juego real
del poder. Polibio (200-118 A.C.) ensalzaba ese control mutuo, por el
cual se garantizaba la estabilidad del régimen y la libertad de los ciudadanos.
Un equilibrio que venía a asegurar la fuerza del Estado y la dignidad de vida
de los ciudadanos, impidiendo los excesos, preservando a las instituciones de
la degeneración y promoviendo el orden y estabilidad que caracterizan el buen
gobierno.
Buen gobierno y armonía cívica secuestrados por el poderoso
e implacable marco mental impuesto por una izquierda que sabe lo que se hace,
en su enmienda a la totalidad de estos 40 años de convivencia. Una ruptura
total alimentada desde la polarización de una sociedad teledirigida desde sus
efectivos altavoces mediáticos. Una descomposición del espíritu cívico que,
pandemias aparte, muestran una sociedad enferma y a la deriva en esta especie
de Estado sin sentido en el que estamos sumidos. Una acción de manual, que
ejecutan a la perfección, para gestionar el caos. Una estrategia definida
llevada a cabo desde sus arietes ideológicos que socava los cimientos de
nuestra arquitectura institucional. La Jefatura del Estado cuestionada; el
Poder Judicial tomado al asalto; el Parlamento silenciado; los Medios de
Comunicación sometidos al nuevo Ministerio de “La Verdad”; la Educación rehén
de la ideología; nuestros sectores productivos sujetos a la NPE (Nueva Política
Económica) para mayor gloria de las élites del proletariado. Una peligrosa
convulsión en los mismos cimientos que sostienen nuestra convivencia. Derechos
y Libertades pisoteados en nombre del progresismo y el pensamiento único que
delimitan el terreno de una batalla cultural que no podemos dejar de librar.
Una batalla para impedir que la sociedad doble la rodilla
bajo la bota del Estado. Un Estado omnipresente que genera un lamentable mercadeo
de voluntades, como ha vuelto a quedar de manifiesto con los PGE. Unos
Presupuestos que deberían ser un eficaz instrumento contra la pandemia y sus
devastadores efectos, estableciendo espacios colaborativos en la tan manida
cogobernanza y no la antesala de la
ruina para garantizarse un país subsidiado. Porque el reto en la gestión de las
ingentes cantidades de dinero que este gobierno va a disponer, gracias a la UE
y a nuestros impuestos, no puede supeditarse al interesado egocentrismo
monclovita. No todo vale para mantener el cetro del poder y menos, cuando ese
instrumento presupuestario se sustenta en más deuda, más desempleo, más
despilfarro y más déficit, todo bajo el marchamo filoetarra. Una ignominia
manchada de sangre que atenta a la ortodoxia presupuestaria, porque no se trata
de gastar más, sino mejor.
Todo un despropósito de un gobierno que solo acierta cuando
rectifica, siguiendo su alienante estrategia del caos. Un Estado sin sentido
que busca romper el liderazgo moral de una etapa histórica. La Transición
tomada como ejemplo en todo el mundo, supuso el muro de contención a los
populismos trasatlánticos ahora espoleados desde el mismo gobierno español. Un
Estado sin sentido sometido al hiperpresidencialismo de un Sánchez que busca
subordinar todos los poderes. Colonización y patrimonialización del Estado en
una nueva cleptocracia. Un liderazgo moral que debemos recuperar para volver a
ser el faro de la Libertad y devolverle sentido al Estado.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia