Susana Gisbert./EPDA Después de varios
días de campañas, comentarios y opiniones varias, hemos sabido por fin el
resultado de la famosa encuesta sobre el uso del valenciano en las escuelas. O,
más bien, sobre el no uso de la misma, porque la consulta, a pesar de que
teóricamente pretendía que los padres de niñas y niños en edad escolar eligieran
en qué lengua “base” querían que se educaran sus hijos, se convirtió en un “sí”
o “no” al valenciano.
Si soy sincera, a mí
me fastidia hasta el planteamiento. Porque me suena como a aquel niño al que le
preguntaban si quería más a papá o a mamá. Una pregunta envenenada porque,
conteste lo que contesta, mal.
Y es que hay
preguntas que nunca deberían hacerse. Tener dos lenguas es una riqueza de la
que deberíamos sacar pecho, y no reducirlo todo a la dichosa polarización. O
conmigo, o contra mí. O a papá, o a mamá.
Es curioso que,
cuando alguien tiene la fortuna de encontrarse en una circunstancia en que pueda
manejar dos idiomas, porque uno de sus progenitores sea de otro país, porque
haya vivido fuera de España, o por cualquier otra causa, se ve como un plus y
se trata de potenciar el conocimiento de ambas lenguas. Inglés y castellano,
italiano y castellano, alemán y castellano o suajili y castellano. Todo aporta.
Y, sin embargo, cuando la fortuna nos ha puesto en un lugar privilegiado por pertenecer
a una comunidad con lengua cooficial, alguien se empeña en que haya que elegir,
como si no se planteara el bilingüismo como opción.
No sé qué pretendía
la consulta, pero lo que sí sé es que no ha conseguido nada, más allá de un
enfrentamiento innecesario. Y ya andamos sobrados de enfrentamientos como para buscar
más.
Quienes, como yo,
no tuvimos la posibilidad de aprender valenciano en la escuela porque entonces
no se enseñaba, sabemos bien que nos privaron de una riqueza que nos pertenecía
sin darnos nada a cambio. No se habla mejor el castellano por no saber hablar valenciano,
y viceversa. No se pierde nada por saber más, y se gana todo. En definitiva, no
hay que elegir entre si se quiere más a papá o a mamá, del mismo modo que papá
o mamá no tienen que elegir a cuál de sus hijos quiere más.
No podemos consentir
que se use la lengua, que es una seña de identidad, como instrumento político. En
nuestra historia, ya hemos tenido de eso más que de sobra
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