Laurence Lemoine ¿Cómo iba yo a desperdiciar esta ocasión tan bonita que tengo ahora para
hablar bien de fútbol ? Esa victoria (además de merecida si no he entendido mal) de
la Copa del Rey me brinda un temazo y, por primera vez, además, me da la
oportunidad de escribir lo que pienso de esa religión un poco peculiar que es el
fútbol. Lenin dijo: “la religión es el opio del pueblo”. No dijo nada
del fútbol. Hoy, desde su tumba, igual piensa que es “la cocaína del
pueblo’’.
Al igual que algunas religiones, el fútbol tiene sus dioses, sus santos,
sus misas, liturgia y mandamientos, sus creencias y leyendas. Bueno, no vamos a
filosofar sobre el tema hoy.
Debo confesar que descubrí ese deporte al llegar a Valencia, hace más de 20
años, justo cuando el equipo tenia esa racha increíble, ganando varios títulos,
hasta llegar a la memorable Final de la Champion's en Paris en 2000 ¡Hasta
yo me desplacé a Paris adrede con algunos amigos (ida y vuelta en coche de un
tirón) para apoyar al equipo!
O sea , que descubrí el fútbol (y lo que
conlleva) ya adulta, y eso por varios motivos socio-culturales que sería largo
contaros aquí. Sólo os diré que en mi familia, y en mi entorno en general, a
nadie le interesaban los resultados del Paris Saint Germain o del Olympique de
Marseille.
Después, como periodista (en Francia), me apasionaba hablar de
política o de economía y, como no sabia nada de ese deporte, dejaba el tema
para los expertos. Eso sí, cuando algún club francés de renombre me invitaba en
la zona VIP, me parecía interesante el partido, pero únicamente por los “petits
fours” y el champagne que me servían.
Me hacía la interesada (¡la enterada era
imposible!) para, al menos, aprender algo de ese deporte que tanto me fascina ¡Me fascina sí ! ¡Me fascina por mil motivos ! Porque, hace 15 años, donde
vivía, en Africa, la gente conocía Valencia sólo por su equipo de fútbol. Porque
un día, en El Cairo, un niño de 12 añitos fue capaz de decirme todos los
nombres de la plantilla del VCF de aquella temporada.
De hecho, la
victoria del 25 de mayo en Sevilla no me dejó indiferente. Primero, porque mi
hijo (¡16 años ya!) invitó a toda su pandilla a casa para verlo (¡Justo esa
noche, yo no quería salir para quedarme tranquilita en casa !).
Así pues, sin
querer, he vivido la final con esos chavales (esa generación que creció soñando
con ese tipo de victoria), compartiendo sus nervios, pero, sobre todo, su alegría
y su euforia contagiosas. Podíamos chillar, saltar, gritar y abrazarnos
locamente; ¡una victoria así lo permite todo ! Y aún siendo guiri y neófita en
fútbol me sentí súper orgullosa de “nuestro” club, aunque no saliera a
celebrarlo por la calle hasta la madrugada...¡Tampoco hay que pasarse !
Lo que me hace gracia también es todo lo que un partido así puede revelar
o enseñar de España, de los españoles, de los valencianos y/o del ser humano en
general. La relación tensa entre Cataluña y el resto de España (muchos deseaban
más la derrota del Barça que la victoria del Valencia); el “chauvinismo” que
cada uno lleva por dentro y por fuera, exacerbando las rivalidades entre clubes
enemigos (me enteré de que no todos los valencianos estaban contentos de la
victoria pues, se me había olvidado el club rival, el Levante, y sus aficionados
que no compartieron ni un ápice de alegría...
Al parecer, el fútbol tiene el poder de juntar y dividir, provocar grandes
alegrías y terribles tristezas y va asociado a palabras como: violencia,
nacionalismo (¡y regionalismo!), dinero, chanchullos, odio, sexismo, poder.
También a veces a deporte y juego…
*Directora de www.valencia-expat-services.com
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