Carlos Rodado, teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Loriguilla. /EPDA Viendo con cierta perspectiva las airadas reacciones y muestras de apoyo que han provocado los cinco días de asueto de Pedro Sánchez, me viene a la mente el desembarco de aquellos aguerridos y hambrientos portugueses en Isla Mauricio allá por el siglo XVI.
Allí, un pájaro grande, torpe y gordo campaba a sus anchas. Sin depredadores naturales y nadie que les molestase, habían perdido hasta su capacidad de vuelo, ni tan siquiera tenían la necesidad de ser rápidos. Los famélicos marineros, la deforestación del hábitat y la introducción de animales como el gato doméstico, provocaron el ejemplo más claro de extinción de la Historia.
El decoro político, frágil especie nacida de aquella delicada puesta llamada transición, hoy está en vías de desaparecer. Pero no hay que irse tan lejos como a Mauricio o la Moncloa… En cada pueblo de nuestro vasto territorio hay un desembarco de pantagruélicos opinadores, odiadores profesionales de internet, que actúan como auténticos animales de presa. Todo es poco para destruir al adversario, incluso la perdida absoluta del decoro político, arengando a tus seguidores tras perder por completo las formas.
¿Pero qué es el decoro político? Pues nada tiene que ver con la moral, más bien con la dignidad y el honor… Todos los políticos somos responsables de nuestra propia destrucción, alimentando con actos y palabras a esos marineros ansiosos que amenazan las costas de la concordia.
La imitación es un cauce capaz de hacer evolucionar o involucionar una sociedad… En ese ámbito los políticos tienen (tenemos) una enorme influencia sobre los ciudadanos, bien por la posición de dirigentes o debido a la enorme visibilidad del cargo.
Los gritos, los insultos, las acusaciones infundadas, la sistemática persecución o la tensión constante, se traslada a un pueblo que se “superpolitiza”. Ser de una localidad pequeña no te libra, al igual que no ha librado al Presidente del Gobierno.
Como aquel Dodo de Isla Mauricio, el decoro político ha caído presa de la lentitud y su incapacidad de volar hacia el imaginario del pueblo.
Hemos y seguimos dando un pésimo ejemplo a imitar y, si entre nosotros no guardamos ni un mínimo de decoro, ¿Cómo pretendemos que la sociedad no viva en una constante crispación? Quizá, los políticos, debamos tomar unos días para reflexionar sobre ello.
Lástima del Dodo y pena por la extinción del decoro que tanto caracterizó a la reconciliación de las Españas y aquellos grandes políticos de la época.
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