Pie de foto La cultura de la muerte está cambiando a una velocidad asombrosa. La
higiene de los tanatorios, secundada por los pésames “exprés” hace que
veamos a la muerte como algo tan pasajero como secundario. Una muerte
siempre es una muerte. La muerte de una madre, tenga la edad que tenga,
por el hecho de ser madre, siempre deja la huella en el corazón de los
hijos, o en el recuerdo de los nietos.
Si el difunto es joven, o no tan entrado en edad (no sé cómo definir
el número de años capaces de acentuar el dolor), parece que se siente
más. Si el finado es de avanzada edad y no ha vivido los últimos años
entre nosotros, en la comunidad local, los vínculos se alejan y el
olvido se acentúa.
Hace unos días, falleció María Dolores Garay, la pregunta era ¿Quién
es?, los apellidos no son de Casinos, efectivamente así era, pero a la
hora de anunciar este obitus, junto al nombre mencionado aparecía el
entrecomillado “Viuda de Roberto Llavata.” A partir de ese momento todos
los que han vivido una época en Casinos, saben de quien estamos
hablando.
Efectivamente al entregar su último suspiro María Dolores, y querer
ser enterrada en Casinos, junto a los restos de su esposo, se agolpan
ante mi mente, recuerdos de este matrimonio padres de cinco hijos, que
apenas han convivido entre nosotros, imagino que por razones laborares,
pero que sabemos que son los hijos de este matrimonio.
¿Dónde viene el olvido? El olvido empieza por razones de edad, mucha
de la gente que convivió con aquellas personas, ya no están entre
nosotros y los que tenemos cierta edad podemos recordar algo de
historia. Roberto Llavata, fue el primer hombre de Casinos, que hizo el
Camino de Santiago, seguramente en la década de los años cuarenta,
encontrándose con el que fue Arzobispo de Valencia Marcelino Olaechea
Loizaga.
En 1946, recopiló en varias libretas los cantos populares de Casinos,
escritos en tinta roja y decorados con los dibujos que el mismo autor
hacía. Se puede ver alguna de esas libretas que han servido de guía para
que no se perdieran los cantos en Casinos. Esas cosas se hacen sin
pensar la importancia que tienen, pero que se conserven casi setenta
años después de estar escritas, hablan muy bien de la persona que se
encargó voluntariamente de realizar ese desinteresado trabajo.
También me regaló una crónica que escribió en 1954 con motivo del Año
santo mariano, en la que cuenta la “Marcha Romería a la Cueva Santa” y
de la que transcribo textualmente algunos párrafos: “…emprendemos la
marcha a pie los veinticuatro peregrinos a las tres y media de la tarde
del día 15 de mayo. El cielo aparece cargado de nubes y algunas
peregrinas cambian de calzado, cada uno lleva su equipaje provisto de
paraguas y el peregrino más joven lleva enhiesta una imagen de nuestra
señora de la Cueva Canta dibujada por nuestro compañero José María
Muñoz.
Al final de la primera cuesta descansamos un momento, son las seis
menos cuarto, la niebla impide ver los bonitos paisajes que desde estos
altos se divisan, vamos cantando y empiezan a caer gotitas,
inmediatamente se abren los paraguas, poco duró la lluvia, se cierran de
nuevo, pero una peregrina se lamenta porqué lleva la falda almidonada y
por la niebla se le estropeó el planchado que había efectuado. […]
Llegamos a Alcublas, dejamos el equipaje en una lujosa morada,
descansamos un poco y fuimos a confesarnos con Don Alejandro; no cesa de
llover, tenemos buen apetito. Unos momentos de reposo y después a
dormir, con un buen servicio de camas, agua corriente, luz y demás
comodidades…” Así empezaba aquella crónica digna de aquellos piadosos
años, una gozosa excursión, que al relatar el regreso nos dice así el
autor:
“Llegamos a las Bodegas del campo, bebimos agua y parece que nos
anima; nuevos cantos al estilo aragonés, las peregrinas aun saltan al
son de las jotas, y ya se quitan las vendas de los pies. El cielo se
despeja, ya falta poco para llegar al pueblo, y salen a esperarnos un
grupo de mujeres que tiran tronadores en prueba de cariño…”
Prueba de cariño ha sido la vuestra, organista de la iglesia muchos
años, músico de percusión de la banda Unión Musical Casinense, narrador
de historias y guardián de relatos, acogedores cuando regentabais
aquellos apartamentos de la Puebla de Farnals, y amigos de todos. Solo
ocurre una cosa, que el tiempo sepulta a las personas, el olvido se
adueña de los momentos, y a veces no sabemos poner cara a aquellos que
dejaron en su vida los grandes escritos, o los buenos relatos que nos
hablan de parte de la historia de nuestro pueblo.
Roberto en los años cuarenta supo dar la cara por ciertas personas,
supo estar al lado de sus amigos, aunque a veces la respuesta no fue la
que esperó. Hoy descansa en paz junto a su esposa, estas letras son un
grato recuerdo de un hombre del campo, agricultor andante, que supo
llenar de música las paredes de la Iglesia Parroquial de Casinos.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia