Susana Gisbert. /EPDAQuienes
vivimos en Valencia hemos visto cómo esta semana nuestra ciudad se
llenaba de cabezones, de premios Goyas a gran escala al más puro
estilo fallero. Puede ser que, precisamente por eso, no nos hayan
impresionado tanto como lo hubieran hecho en otras ciudades, o lo
hayan hecho de un modo distinto. Porque aquí, no lo olvidemos,
estamos acostumbrados a levantarnos cualquier día y ver nuestra
ciudad cuajada de monumentos de cartón todos los barrios. O lo
estábamos. Y eso imprime carácter.
Me
gustó. Confieso que me gustó mucho, y no solo porque como
valenciana me enorgullezca de que los premios más importantes de
nuestro cine se hayan venido a mi tierra, que también, sino por algo
más. Me gustó porque, por fin, me devolvían una sensación que
había perdido desde el 12 de marzo de 2020. La sensación de
normalidad.
Ya
sé que resulta extraño afirmar que la aparición de varios bustos
de Goya de considerable tamaño repartidos por la ciudad me ha dado
sensación de normalidad, pero así es. Toda la sensación de
normalidad que empezábamos a vivir por aquí en cuanto el mes de
febrero avanzaba y se vislumbraba en el horizonte nuestro marzo
festivo y fallero. Algo que nos robó el maldito COVID los dos
últimos años y que por fin parece que vamos a recuperar, si nada lo
trastoca.
Junto
a estos cabezones, que trajeron consigo el fin de la obligación de
las mascarillas al aire libre, había colas para hacerse fotos. Más
o menos largas, según la ubicación y la hora del día, pero todo el
mundo quería una foto con el premio en versión gigante, para
sentirnos por un momento como una gran estrella del celuloide.
Por
fin gente en la calle, por fin se oye hablar de otra cosa que no sea
el dichoso bicho y su recua de contagios y desgracias, por fin
empezamos a sentir algo de una normalidad que no es la nueva, sino la
de toda la vida.
No
sé cuánto durará esta sensación y si se marchará cuando los
cabezones desaparezcan de la vía pública, pero, aunque así fuera,
benditos sean. Bendita sea la celebración de los Goya en Valencia
que nos han traído esta ilusión de normalidad. Ojalá no sea un
espejismo. Por si acaso, mantendré cruzados mis dedos.
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