Susana Gisbert./EPDA Confieso que
iba a dedicar estas líneas a otro tema totalmente distinto. Pero, al ver en las
noticias que hace casi cincuenta años de las primeras elecciones democráticas,
las de junio de 1977, me entró un nosequé de nostalgia y cambié de idea.
Y es que e estos momentos en que en tanos lugares
del mundo la democracia peligra, no está de más recordar cómo llegamos a ella.
Por si acaso. Pero que nadie se alarme, que no voy a hacer ningún sesudo
análisis político. Solo pretendo evocar mis recuerdos de aquella época, cómo lo
vivió la niña que yo era entonces.
Pertenezco a ese grupo de personas del baby boom
que, según unos es todavía Boomer, y según otros, Generación Z,
pero lo que está claro es que nacimos en el franquismo sin que supiéramos qué
nos perdíamos, y crecimos en la Transición sin saber qué estábamos ganando,
para acabar llegando a donde estamos sin ser del todo conscientes de que
nuestras vidas reflejan un profundo cambio político.
Recuerdo muy bien cómo mis padres abrían con ilusión
el buzón en busca de las papeletas electorales. También recuerdo que se leían
los programas de los partidos y veían los espacios electorales con verdadero
interés, con la seguridad de que en ellos encontrarían la respuesta al sentido
de su voto. Nada que ver con lo que ocurre ahora, en que el hartazgo es el
denominador común de una elección tras otra. Creo que la diferencia es que entonces
se votaba a alguien y ahora se vota en contra de alguien. Si se vota, claro,
que ya nunca veremos las colas de entonces.
Yo lo vivía con normalidad, como cualquier niña vive
la realidad que le ha tocado en suerte. No entendía demasiado bien que mis
padres pusieran los ojos como platos cuando metían la papeleta en el sobre, que
esperaran los resultados con verdadera emoción y que respiraran hondo cuando el
proceso electoral acabó sin incidentes. Pero mi mente de cría era incapaz de
concebir lo que suponía aquello, que mis padres, tan niños en las primeras
votaciones de la República como yo en ese momento, habían visto postergado el
momento de ejercer su derecho al voto más de cuarenta años. Algo tan importante
que todavía hoy, al reflexionar sobre ello, siento vértigo.
No está mal echar de vez en cuando la vista atrás y
recordar estas cosas. Costó mucho llegar hasta aquí. Y por eso no podemos bajar
la guardia. No podemos arriesgarnos a que nadie vuelva a pasar cuarenta años
sin ir a las urnas.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia