Susana Gisbert. / EPDA Esta semana conocía una noticia que me llenaba de nostalgia. La empresa fabricante de los famosos Tupperware quiebra. Si nada lo impide, cerrará sus puertas y no volverá a fabricar aquellas tarteras que ya forman parte de nuestra vida.
Desde que Tupperware apareció, nuestras vidas cambiaron. Recuerdo ir con mi madre a las reuniones que hacían para mostrar sus productos, y hasta haber organizado alguna en casa, porque alguna de aquellas mujeres que se encargaban de organizarlas era amiga suya. Y también porque siempre había un regalito atractivo para la anfitriona, no lo vamos a negar.
Aquellas reuniones para presentar y vender los productos de Tupperware, fundamentalmente recipientes para conservar los alimentos, marcaron un antes y un después. Ignoro si el sistema de reuniones en casas para estos menesteres ya existía, pero estas las popularizaron y les dieron nombre, hasta el punto de generalizar y llamar a cualquier reunión de mujeres como “reunión de túper”. De hecho, a las reuniones que hoy se hacen para mostrar juguetes sexuales y otros productos eróticos se les llama “tupersex” en un guiño a aquellas.
Y no es el único nombre que nos ha dejado. A partir de su irrupción en nuestro mercado, cualquier tartera, fiambrera o recipiente de plástico con tapa pasaba a llamarse túper. Y, además, se convertían, con el tiempo, en el mejor regalo que madres y abuelas -porque eran madres y abuelas, no padres y abuelos- nos hacían. La madre de una de mis compañeras nos traía túperes con sus guisos al piso de Madrid que compartíamos mientras hacíamos las prácticas, sin ir más lejos. Y qué hubiera sido de mí, de mis hijas, y de tantos otros hijos e hijas sin los túperes que nos preparaban con lo que había sobrado de la paella, de los canelones, o de las lentejas. De hecho, muchas veces hacían el guiso ex profeso para los túperes, y, como mucho, los comensales de la casa podrían disfrutar de lo que sobrara tras haber guardado y envasado lo que corresponda.
Podría decirse que los Tupperware han muerto de éxito. Eran tan populares que daban nombre a cualquier envase de plástico de parecidas características y, al final, las copias se merendaron al original sin que ni siquiera pudieran guardarse las sobras en ninguno de sus recipientes. Una vez se acababa su exclusividad en el mercado, sus ventas bajaron irremediablemente, aunque su popularidad ahí sigue.
Porque hasta la RAE dio carta de naturaleza al nombre y admite tanto “táper” como “túper” para designara alas fiambreras. Eso sí, que no guarden “cocretas” porque, pese a la leyenda urbana que circula, no están admitidas por nuestra Real Academia.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia