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A estas alturas, se antoja difícil que el biopic cinematográfico de una estrella musical sorprenda. Sin embargo, este filme, que se centra únicamente en los primeros años de Bob Dylan, acumula virtudes técnicas y artísticas. Le saca partido a su carácter inconformista y se detiene en aquellos momentos que lo llevaron al éxito. Ante la ausencia de los habituales excesos y adicciones, potencia las parcelas románticas. No obstante, hay apartados que podrían haberse desarrollado con mayor profundidad. El único reparo que esgrimirán quienes no sean admiradores suyos será el de la cantidad de hits recreados.
La acción arranca en 1961, el joven Robert A. Zimmerman llega a Nueva York procedente de Minnesota. Tiene la intención de visitar a su ídolo inspirador: Woody Guthrie, gravemente enfermo. En el mismo hospital, conoce casualmente a Pete Seeger, un icono del folk. Cuando este descubre el potencial del recién llegado no duda en promocionarlo. Pronto todo se le pone de cara. Conocerá de cerca a la venerada Joan Báez y con el tiempo conseguirá que sus composiciones vean la luz. Pasarán a engrosar las listas de los discos más vendidos, rivalizando con auténticas leyendas.
Parte de libro Dylan Goes Electric! de Elijah Wald, publicado en 2015. Y la imagen que ofrece del protagonista resulta, en general, benevolente. Retrata su actitud rompedora, liberadora e individualista desde la templanza y la introversión. Vincula la genialidad del popular cantautor al talento, el trabajo y la vocación. Así, sus inspiradas letras se ganaron rápidamente al público, aunque no tuviera el mejor registro vocal.
Pese a los numerosos temas que se interpretan en los escenarios, sus 141 minutos fluyen con agilidad. Las actuaciones en el Festival de Newport deparan unas secuencias excitantes. También se acerca a la respetuosa y sincera amistad que mantuvo con Johnny Cash, aportando detalles interesantes.
El desenlace sabe a poco. Parece dejar abiertas las puertas a una continuación que complete la biografía del ahora premio nobel de Literatura. Entre tanto, puede recuperarse la peculiar y premiada I’m Not There (2007) de Todd Haynes.
El diseño de producción y la realización son excelentes. Y Timothée Chalamet (Dune) se reafirma como un actor total, que gana registros con cada papel. Además, incorpora su voz a las canciones. Le secundan Elle Fanning, con la que coincidió en Día de lluvia en Nueva York (2019), una sorprendente Monica Barbaro y el siempre brillante Edward Norton.