Esta misma semana tuve la oportunidad de vivir una
experiencia maravillosa. Y no podÃa dejar de compartirla.
Estábamos en Picanya, en lo que fue -y volverá a
ser- la librerÃa Passarella, un espacio que representa perfectamente todo el
daño que causó esa terrible Dana que nunca olvidaremos. El pueblo de Carmen Amoraga,
nuestra gran escritora, donde ha localizado parte de sus obras, aunque con otro
nombre. Y por eso, y por muchas otras cosas, ha sido ella quien tuvo la
ocurrencia que se convirtió en esta experiencia que os cuento.
Carmen quiso hacer algo por la librerÃa y organizó
una presentación de su última novela. Una presentación atÃpica, porque tendrÃa
lugar en ese espacio arrasado donde se ubicaba, entre las paredes que todavÃa
quedan. Y esas paredes se quedaron pequeñas para albergar toda la gente que
vino. Os aseguro que, si las emociones ocuparan espacio fÃsico, esas paredes
hubieran reventado y no habrÃa habido sitio bastante en todo el pueblo.
A la idea de Carmen, compartida en redes sociales,
se unió rápidamente Rosario Raro, otra de nuestras grandes escritoras, que se ofreció
como maestra de ceremonias. Y tras ellas, un aluvión de escritores y escritoras
nos lanzamos a la aventura con nuestras criaturas y el soporte de nuestras
editoriales -otro sector muy tocado por el desastre- para aportar nuestro granito
de arena.
Y Passarella, a pesar del barro, a pesar de no tener
estanterÃas ni puertas y de sus paredes dañadas, se convirtió de nuevo en una
librerÃa. Los libreros no daban abasto para vender los más de doscientos libros
que se donaron para que, con el importe de los beneficios Ãntegros, pudieran
volver a empezar. De hecho, no habÃa acabado la presentación cuando la anfitriona
anunció que se habÃan acabado los libros. Y se hubieran vendido más, porque
hubo quienes nos quedamos con ganas de llevarnos alguno más.
Pero tal vez lo que mejor describe lo que vivimos es
un detalle que nunca habÃa visto antes. Y es que, aunque habÃa un catering estupendo
-otra aportación solidaria-, la gente no se lanzaba sobre la comida, como en
ocurre en otras ocasiones, sino sobre los libros. Los canapés permanecÃan intactos
mientras la cola para adquirir libros y para conseguir las firmas de sus
autores era impresionante. Y no es que las viandas no estuvieran ricas, que doy
fe de que lo estaban, sino que lo verdaderamente rico era el espÃritu de quienes
allà se encontraban. Y en momentos como este, esas cosas valen mucho.
Gracias, Carmen, por hacernos partÃcipes de tu iniciativa.
Gracias por mostrarnos lo grandes que son muchas personas. Especialmente, las
personas que leen. Y las que escriben, claro.