Las reliquias sagradas son algo más que simples objetos: son portadoras de la historia y de la memoria colectiva. Cada fragmento, cada vestigio de lo divino encierra una carga emocional y espiritual que trasciende generaciones. Para los creyentes, estas reliquias son un faro de fe, un vínculo tangible con lo sagrado que nos recuerda la fragilidad y la grandeza del ser humano. En ciudades como Valencia, donde las devociones se entrelazan con las historias de santos y milagros, sus reliquias se convierten en un puente entre lo terrenal y lo eterno, en un acto de amor que nos conecta con lo divino en cada momento de nuestra vida. Quizá la más conocida sea el santo Cáliz o el brazo de San Vicente, pero nos olvidamos de que existen otras curiosas y llamativas como un trozo del lignun crucis o donde el Museo de la Catedral exhibe una reliquia atribuida a San Jorge.
Morbo no falta en el relicario de la Catedral, donde se asegura que los restos de un niño momificado se conservan como reliquia. Es atribuido a un niño que es víctima de la matanza de los inocentes de Herodes, aunque no hay evidencia fuera de la Biblia que confirme este evento, lo cual se pone en duda el suceso.
Sorprende un trozo de la faja y un peine de la virgen María, una piedra que procede del portal de Belén, hasta un curioso pañal de cuando Jesús era niño, al margen de diversos huesos de santos.
No piensen que en pleno siglo XXI se ha cerrado el grifo de reliquias sagradas en Valencia, en la localidad de Alzira se conserva una reliquia ex sanguinis . En la parroquia Nuestra Señora del Lluch alberga un trozo del fajín del papa Juan Pablo II, un fragmento minúsculo y ensangrentado del día que sufrió un atentado el 13 de mayo de 1981 en Roma, desconozco si ha realizado algún prodigio a los fieles creyentes.
Reliquias que nos conectan con lo eterno, preservando la esencia de la fe a lo largo de los siglos. Vestigios que siguen inspirando devoción y reflexión en Valencia.