Sigo sin poder asimilar la mala baba del actual jefe del Ejecutivo. Primero, ¿cómo puede, sin despeinarse, ponerse en la palestra para instigar odio hacia las universidades por no estar financiadas por el erario público? Segundo, ¿recuerda este ser que él mismo es producto de estas instituciones privadas, así como gran parte de sus ministros? Tercero, ¿por qué vive empeñado en instigar odio, alimentando la peligrosa falacia de que estos centros educativos carecen de calidad? ¿Por qué tanto temor a que en su país proliferen los espacios que albergan cultura, pensamiento crítico y conocimiento?
Una vez más, sus declaraciones en las que arremete contra las universidades privadas no solo son injustas, sino que reflejan una visión reduccionista de la educación superior en España. Llamar "chiringuito" a un centro de educación superior es insultar a miles de estudiantes que acceden a ellas gracias a becas, programas de ayuda financiera y convenios institucionales y a profesores que investigamos, enseñamos y trabajamos con la misma dedicación e ilusión que en cualquier otro entorno académico.
Generalizar es tan injusto como irresponsable. Las agencias de evaluación y acreditación, tanto nacionales como internacionales, garantizan la calidad académica de muchos centros privados que, además, destacan por su innovación, flexibilidad y empleabilidad. Si existen casos que no cumplen con los estándares, que se actúe. Pero no se desacredite a todo un sector por razones ideológicas.
El verdadero problema no es que existan universidades privadas. El problema es que la pública lleva años infrafinanciada y muchos gobiernos, incluido el actual, no han estado a la altura de protegerla ni potenciarla. En lugar de caer en la trampa de crear un enemigo artificial, deberíamos centrarnos en cómo todas las universidades, públicas y privadas, pueden contribuir, juntas, a elevar la calidad de la educación superior en nuestro país. La excelencia no tiene dueño ni ideología. El verdadero reto está en fortalecer un ecosistema universitario plural, diverso, competitivo y abierto al mundo. La universidad privada no es el plan B. Es una opción válida, seria y comprometida con la investigación y con la formación de miles de jóvenes. Y merecen respeto.