Fuera de las aulas, junio pasa sin pena ni gloria. Pero, para aquellos que forman parte de la comunidad académica, este es el mes de la agonía, de las súplicas, de los votos a favor de promocionar a un alumno con cuatro suspendidas, pero que necesita un "empujoncito" o "lo perderemos". Junio es la prueba de fuego, el que sentencia si se pasa o no de curso, el que decide el sí de muchos y el no de otros.
Tengo compañeros que llevan semanas siendo perseguidos por una chavalería de cuarto de la E.S.O que se ha pasado el curso mirando el móvil, intercambiando notitas, durmiendo en clase... Ahora quieren dar pena diciendo que si no "les aprueban" no acceden a la FP, tristemente vía de escape para esta maraña de jóvenes sin opciones.
La cosa se pone interesante cuando son los propios padres, missing todo el curso, los que exigen furibundos el cinquito y los profesores de FP, los que les imploran que no den su brazo a torcer, que luego se les llenan las clases de gente que no sabe nada, ni siquiera comportarse. Sólo hace falta ver las estadísticas para darse cuenta de que una gran parte no aguantará el primer curso de básica, eso si han conseguido plaza, claro. Los que no, como ya están aprobados, continuarán en Bachiller. El espectáculo está asegurado.
¿Es justa la culpabilidad de los docentes al verterse sobre ellos toda la responsabilidad o por no haber conseguido que los pupilos se interesen por su asignatura? ¿Es necesaria la presión del sistema para no superar el cupo de repetidores? ¡"Algo habrá que hacer"! ¿No? Repetir pruebas finales más sencillas o trabajitos para salvar en dos días, todo un año. Luego llegan los informes para justificar los suspensos, ¿dónde aparece la opción de que el estudiante no ha dado un palo al agua en el desplegable de Conselleria?
Está pasando en toda España. Profesores como la copa de un pino, sumidos en un infierno donde se les cuestiona absolutamente todo. Deseando jubilarse o abandonar. Aunque eso, más adelante, no hay nada que no curen los tres meses de vacaciones.