No importa saber
si son cantábricas aguas
o del Mediterráneo calmadas.
No importa saber
de sus temperaturas frescas
o templadas.
Pero cómo disfruto de ver,
el azul marino,
desde mi porteña playa.
No puedo saladas lágrimas ofrecer
por aquellos que me alimentaban:
los de pasar sofocante calor,
los de golpear mis entrañas,
por aquellos que, en dos palabras,
me cuidaban.
Soy consciente del poder que tuve,
del férreo producto que "creaba",
de las muchas familias que amamantaba,
de las pocas veces que me contuve
cuando la sonora sirena escuchaba.
¡No importaba cuántos decibelios bailaran!
Veía marchar y venir
las humanas hormiguitas que siempre cerca de mi estaban,
siempre alegres y pensativas andaban,
de haber terminado una nueva jornada
y de empezar con una nueva esperanza.
Satisfecho estoy;
sí, satisfecho.
Satisfecho de haber hecho historia
en tierra valenciana.
Satisfecho estoy;
sí, satisfecho.
Satisfecho de ser génesis vascongado
y actualmente estar en tierra de romano.
Satisfecho estoy;
sí, satisfecho.
Satisfecho de dejar un legado inmaterial
de recuerdos, de deseos y de mucha añoranza.
Atrás quedó la escoria,
prácticamente olvidada.
Toberas, crisol y piqueras,
tragante, tuba y pantalón.
No tuve bigote,
pero sí bigotera.
No parí hijo alguno,
pero el vientre aún lo conservo.
No tuve boca,
pero si tragante.
No soy mujer,
pero tuve sostén.
No tuve ni cuchillo ni tenedor,
pero cucharas grandes, ¡por Dios!
Eso sí, con ardor, pero a nada temor.
Fue mi tiempo,
pasado momento.
Arrinconado y solitario me quedé.
Los segundos parecían años.
El olvido me hacía daño.
Algo pasó,
alguien pensó,
alguien, decidió.
Y vino un nuevo viento,
me rescataron del olvido, del oscuro tormento.
¡Qué infierno!
Fue un precioso momento,
grandiosa decisión...
fue algo, inmenso.
Y benditas humanas hormiguitas, aquí me encuentro.
Me cuidan y me miman, me pintan.
No conozco la soledad, me visitan.
No paso férreo calor, la brisa marina me reviva.
Creo vivir para la eternidad,
en un nuevo lugar.
Oteando día a día,
los cambiantes azules marinos
que me producen largos suspiros,
con deseos de recordar quien fui.
Dicen que pequé de altivez,
y yo me consideré muy sencillo:
que conseguí hermandad
que me gustó proyectar al futuro.
Lo que pude ser,
lo que ahora soy,
una monumental dualidad:
Recuerdo de lo que fui,
ALTO HORNO.
Realidad de lo que soy.
UN HORNO ALTO.