Notre Dame no es la catedral más grande de Francia, ni la más importante artÃsticamente; ahà están Chartres, Reims o Amiens, pero, sin duda, es la más universal. Por eso todos fuimos impactados por la visión en directo de su incendio y nos alegramos de su recuperación en un tiempo asombrosamente breve.
Los franceses saben hacer bien las cosas. Saben dar solemnidad a los actos y crear belleza con sencillez aparente. Están orgullos de su grandeur, y tienen razón, pues, en mi opinión marcan la lÃnea de Europa.
No era fácil combinar una ceremonia religiosa, católica totalmente, con otra republicana, en un templo señero de titularidad estatal, como todos históricos de Francia, y lo lograron, con elegancia y respeto.
Primero, la recepción de los invitados, sin pompa, marcando las distancias con amabilidad. Luego, entregar la catedral a la iglesia de ParÃs, siendo su arzobispo quien abrÃa las puertas y acogiendo la procesión de las parroquias, que volvÃan a si iglesia madre.
Me pareció un acto excesivamente largo, con repeticiones de los mismos temas en los discursos. El del presidente estuvo muy acertado, sin referencias a "memorias históricas" conflictivas, asumiendo todo el relato histórico. Eché en falta el recuerdo de san Luis, que levantó Notre Dame, pues comenzó con Luis XIV y Napoleón, cuyos reinados trajeron la Revolución y la ruina de Francis, respectivamente, pero se evocaron sus momentos de grandeza.
El dúo de violÃn y cello nos sobrecogió. No hacÃa falta una gran orquesta.
Los del arzobispo y del Papa tuvieron un relevante aspecto ecuménico, sin olvidar que Notre Dame es, ante todo, la Madre de Dios.
No escatimaron en gastos. Los ornamentos de los obispos, todos iguales y hermosos. Destacó el atuendo del prelado y los diáconos, una especie de parchÃs que, según declaró su autor, querÃa unir la sencillez y la tradición. Me sorprendieron muy gratamente y creo que sólo allà se podÃa ver una cosa asÃ.
Y el momento anunciado y esperado, el despertar del órgano principal, afinado con una estética musical sinfónica y actual, respondiendo a las invocaciones del arzobispo con modulaciones de forma coherente a cada una de ellas. Todo muy nuevo, sin armonÃas tradicionales, pero, a la vez, comprensible para un oÃdo contemporáneo.
A los que recordamos Notre Dame oscura y gris, pudo extrañarnos verla tan cálida y nueva, pero dicen que era por la intensidad de la luz en este evento.
Al final fue nuestra Señora de la columna, del pilier, quien acabó señoreándolo todo con su gracia gótica. Ella signa la identidad católica de un paÃs que parece muy secularizado. No lo olvidemos, estamos en una Europa que ostenta sus doce estrellas sobre su bandera azul. Una Europa diseñada por lÃderes católicos alemanes, franceses, belgas e italianos, como Adenauder, De Gaulle, Strauss y De Gasperi, sobre los principios de santo Tomás de Aquino y de los grandes juristas españoles del siglo XVI.
Se trata del principio de subsidiariedad, según el cual una instancia superior no debe hacer lo que es propio de otra más elemental, como la familia, oponiéndose al totalitarismo estatal, y, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona.
Dios quiera que lo expresado y vivido en esta jornada siga vivo y operante para el bien de Francia y de todos nosotros.