La falla Picaio ha tenido siempre claro que el tamaño no importa si la diversión es auténtica, sana y compartida. Bajo esa filosofía han paseado orgullosos su cuarto premio de las fallas locales cuando en Puçol sólo había cuatro fallas. Y con esa filosofía pusieron en marcha la matinal motera, que este año ha crecido para incluir incluso coches.
"En el mundo fallero es importante tener alguna seña de identidad, algo que te identifique, y desde la falla hemos apostado por esta matinal que ya se está convirtiendo en un pequeño clásico entre los moteros no sólo de Valencia, sino también de otras provincias cercanas", asegura Vicente Soriano, casi un recién llegado al mundo fallero, aunque a la hora de gestionar proyectos sus compañeros aseguran que "va como una moto".
Con la colaboración de la mayor parte de miembros de la falla (que son pocos, pero bien avenidos, casi como una familia), Vicente logró darle un nuevo impulso a una vieja aspiración: organizar una caravana pacífica, que recorriera las calles y carreteras de Puçol con el único fin de exhibir con orgullo su impresionante carrocería… de las motos, no de los conductores.
La idea ha ido creciendo año tras año, hasta llegar al pasado domingo, 3 de julio, en el que se han aventurado por vez primera a unir motos y coches en una particular jornada que venía a demostrar que en estos grandes eventos, efectivamente, el tamaño no importa.
Tras haber invertido días en los preparativos, incluyendo una maratoniana tarde del sábado preparando casi 200 bocadillos, el domingo por la mañana amanecía con buen tiempo (aunque acabó lloviendo tibiamente a mediodía), pero con una seria amenaza para el futuro de la matinal motera: ese mismo día se celebraban otros encuentros similares en varias poblaciones valencianas… aunque a la hora de la verdad apenas influyeron en el éxito de la convocatoria realizada por Picaio.
Las dudas desaparecieron a las 9 de la mañana, cuando más de 150 motos se daban cita en la puerta del casal de la falla: tras la inscripción y el ticket, tocaba bocata en familia, mientras las motos, alineadas en la puerta, eran observadas con ojos así de grandes por el público que se acercaba a saciar su curiosidad.
Pasadas las 10:30 de la mañana y saciado el apetito de los moteros, la larga cabalgata sobre dos ruedas se puso en marcha, a una velocidad más propia de un pasacalles y con mucho público asomado a la puerta de casa, atraído por el ruido de las motos… aunque algunos, más precavidos ellos, preferían asomarse al balcón, por si acaso.
Pronto se acabó el combustible (de los moteros, no de las motos) y hubo que parar a repostar en el polideportivo: un barril de cerveza fue suficiente para calmar las necesidades básicas de los dos centenares de participantes en la exhibición, incluyendo la organización y la policía encargada de controlar el tráfico (bueno, estos últimos no participaron del barril: estaban de servicio).
Ya repuestos y vaciado el barril, decidieron cambiar de instalaciones deportivas y, tras atravesar el casco urbano con su sonora procesión, aparcaron junto al campo de fútbol para un nuevo encuentro, que no fue con el balón y el césped, sino con el segundo barril prometido… ya se sabe que estas motos tan grandes consumen lo suyo.
Finalizado el encuentro amistoso, nuevamente las más de 150 motos iniciaron la marcha, esta vez para aparcar definitivamente junto al casal de Picaio, donde el rugir de los motores y la quema de ruedas (a 200 euros la cubierta) fueron protagonistas de la función…
Hasta que llegaron los coches.
¿Hemos dicho ya que el tamaño no importa? Pues ahí estaban los chicos del Club Radiocontrol Puçol para demostrarlo. Sobre un circuito pintado en la propia calle, sus buggies y truggies, esos coches en miniatura que hacen las delicias de grandes y chicos, realizaron una ruidosa demostración de lo que es controlar un vehículo, derrapar, tomar curvas… y, en fin, hasta la breve lluvia acompañó para refrescar la jornada.
Una exhibición fascinante que demuestra que las asociaciones pueden colaborar unas con otras y que coches y motos no tiene por qué estar reñidos.
Al mismo tiempo, otros optaban por seguir la prueba de motociclismo de Mugello en la pantalla gigante instalada en el interior del casal, gentileza del ayuntamiento, donde también se pudo ver el Tour de Francia e incluso hasta gimnasia rítmica, cree recordar alguno de los participantes… aunque como ya había estado en el poli y el campo de fútbol, no lo tiene muy claro.
Salvador Ávila, concejal de fiestas, realizó la entrega de premios, unas placas conmemorativas. También estuvo presente la alcaldesa, Merche Sanchis. Y una vecina de Sagunto que prefiere mantener el anonimato, pero que es conocida en esta matinal como "la motera del jamón": en los últimos tres años, el tradicional jamón que se sortea le ha tocado a ella. Sin trampas, aunque con alegría, ya hemos dicho que esta fiesta es muy familiar: volvió a cortarlo hasta el hueso y todos los que se acercaron tuvieron degustación gratuita de jamón.
Y guerra de agua, porque moteros y cocheros, a las 3 de la tarde, con un sol que caía a plomo, ya habían optado por disfrutar como niños. Qué más da que sean niños grandes, el tamaño no importa.
Pasadas las 4 de la tarde, unos y otros recogieron sus vehículos y a casa: los moteros subidos en sus motos; los del club radiocontrol con sus coches, que apenas miden dos palmos, a cuestas.
Y es que, a veces, el tamaño sí importa.