En muchos aspectos la historia de vampiros
que cuenta resulta sumamente original, aunque el aficionado al género la
emparentará fácilmente con Abierto hasta el amanecer (1996). No
obstante, esta producción es bastante más ambiciosa. El terror acaba
imponiéndose, pero también contiene elementos propios del cine negro y matices
melodramáticos, en un contexto donde el racismo condiciona las decisiones de
los personajes. Con todo, sale airosa de su atrevida propuesta. Por otro lado,
exhibe una factura técnica irreprochable. La ambientación nos transporta
directamente a la época y al lugar en que transcurre.
Clarksdale (Misisipi), 1932. Tras combatir en
la Primera Guerra Mundial y ejercer de matones durante la ley seca, Smoke y
Stack, dos hermanos gemelos, regresan a su ciudad natal. Con el dinero sucio
que ganaron en Chicago se disponen a abrir un club de ocio nocturno solo para
afroamericanos. La noche inaugural invitan a los aparceros de la zona,
confiando en el éxito. La velada se ve alterada por la irrupción de tres forasteros
que pretenden sumarse a la fiesta. No tardarán en mostrar la maligna naturaleza
que esconden.
Sin develar nada, el breve y desconcertante
preámbulo empieza por el final. Lejos de restarle emoción aviva el interés del
espectador y acto seguido retrotrae la acción al día anterior. El guion se
esmera en describir con detalle a los protagonistas y al entorno social en el
que se mueven. Acentúa el contraste entre el mundo de lujos del que proceden y
la comunidad a la cual han regresado con ánimo lucrativo. Cuida igualmente la
caracterización de los diferentes secundarios, que juegan un papel esencial en
la espeluznante trama. En esos compases iniciales surgen unas pinceladas
cómicas de sal gruesa ligadas al título del filme: Los pecadores.
Repentinamente, sorprende con una situación
imprevisible que será el detonante de los tremebundos acontecimientos
posteriores. Traza convenientemente la línea ascendente de tensión y no se
desbarata al alcanzar el clímax.
Acierta a cerrar el relato satisfactoriamente
y lo redondea con un par de escenas añadidas, al comenzar y terminar los
créditos respectivamente.
El vestuario, la fotografía y las
localizaciones escogidas dotan a las imágenes del tono sureño adecuado. Además,
cabe destacar el trabajo del departamento de maquillaje, mientras que Ludwig
Goränsson (Oppenheimer, The Mandalorian) aporta una banda sonora
excelente.
Michael B. Jordan brilla por partida doble,
nuevamente a las órdenes de Ryan Coogler (Black Panther y Creed),
sin eclipsar al resto del solvente reparto.
FICHA TÉCNICA