Escribo este artÃculo instalada de pleno en las vacaciones. Este año me las he tomado más en serio que nunca y me he propuesto como cuaderno de vacaciones descansar. Descansar, y hacer las cosas que me gustan. Nada más y nada menos.
En vacaciones nos empeñamos en hacer todas esas cosas que creemos precisas y que el tiempo de trabajo no nos permite. Cosas como hacer obas, limpiar armarios, ordenar archivos, o estudiar aquello que no estudiamos en su dÃa.
Y, al correr del tiempo, me he dado cuenta de que eso no son vacaciones, sino cambiar de actividad. A veces, ni siquiera lo son esos viajes en que nos embarcamos solo porque no vaya a ser que a la vuelta nos pregunten qué hemos hecho y tengamos que responder que nada. La temida nada, que, en realidad, es mucho.
Pero este año he dicho "basta". Reivindico no hacer nada, o nada al menos de que se haya de presumir. El famoso "dolce far niente" que nos da tanto apuro que le tenemos que poner un nombre en otro idioma para que parezca más atractivo.
Y he empezado por tomar una decisión que no todo el mundo se puede permitir pero que, si se puede, es muy recomendable. Tomar todas las vacaciones seguidas. Nada de ir una semana, volver y volver ahÃ. Para desconectar nada mejor que desaparecer. Aunque fÃsicamente estés al lado del lugar de trabajo.
Asà que, como soy una persona cumplidora donde las haya, he seguido la ruta de mi cuaderno de vacaciones al dedillo. Me levanto, paseo, leo, escribo y, en cuanto tengo oportunidad, bailo. Y, de vez en cuando, algún almuerzo o cena con amigos, que nunca viene mal.
He recordado los veranos de mi infancia, donde corretear por la calle y bañarse en el mar, si es que se tenÃa la fortuna de tenerlo cerca, eran todo lo que hacÃamos a lo largo de tres meses. Y tan felices.
Me acuerdo muy bien de cuando mi madre hizo que valorara ese tiempo. Fue un curso en el que me empeñé en que me comprara el libro de vacaciones que para las buenas estudiantes como yo era voluntario. Pero yo lo querÃa y lloré y pataleé ante la oposición de mi madre, que decÃa que luego no lo harÃa. Y me lo compró. Y me obligó a llenar cada una de sus páginas, después de que en los tres primeros dÃas lo hiciera con el gusto de la novedad.
Nunca más pedà un libro de vacaciones. Y desde ese dÃa aprendà a valorar el tiempo de descanso. Y hoy lo he reaprendido. Ya era hora.