Día 9 de la tragedia que lo cambió todo. Hoy ha pasado una pala por mi calle después de más de una semana conviviendo con una montaña gigante de trastos, fango hasta las rodillas y un olor nauseabundo.
En cada pala se llevaba al vertedero un trocito de mi vida y la de mis vecinos. Recuerdos que solo quedarán en nuestra memoria y eso es lo que más duele.
Aún así, duele menos cuando lo hace gente venida de otros puntos de la geografía española como la Junta de Extremadura y Andalucía, y te dan ánimos y te sacan hasta una sonrisa en esta extraña noria de emociones en la que estamos sumidos.
Nunca un café caliente me supo tan bien, nunca me emocioné tanto consiguiendo un poco de jabón para la lavadora o una mandarina. Nunca había abrazado tanto a mis amigos y vecinos, a muchos de ellos ni siquiera conocía.
La vida nos ha cambiado y hay que empezar de 0, pero llegará el momento de que el pueblo que salva al pueblo exija responsabilidades y en ese momento, tampoco nos pararán, porque yo podré pintar, arreglar y amueblar mi casa, comprarme un coche (de segunda mano, claro), pero los que han muerto, no volverán.
Aquella angustia que sentimos viendo como subía el agua, mientras rezábamos a oscuras para que no pasara un escalón más, sin saber si los que no estaban en casa estarían bien, eso jamás lo podremos olvidar.
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