Una dedicación curiosa y mágica era ser "Saludador", profesión que comenzó a coger fuerza en los siglos XV y XVI. La labor de estos personajes que ejercían de "Saludadores" era realizar diversos ritos de magia para expulsar impurezas físicas y del alma además de repartir bendiciones, aunque su búsqueda estaba más enfocada a sanar la rabia en los animales.
Ellos mismos aseguraban tener el poder de curar mediante oraciones, la saliva y su aliento.
En Valencia, la mayoría de los pueblos disponían de su propio "Saludador". Era un puesto codiciado, que surgieron los farsantes y embaucadores que decían ser tocados por la santidad, todo por un simple motivo: los sueldos que ofrecía cada ciudad.
Esto se descontroló, no solo en Valencia, sino en todo territorio nacional, que decidieron suprimir esas pagas y se prohibió su presencia en algunas ciudades a partir del siglo XVIII. Lo curioso es que estaban consentidos por la propia Iglesia, que pensaban que tenían el Don de Dios.
Ser "Saludador" no era sencillo. Para empezar había que tener la "gracia" de nacer en Jueves Santo o Viernes Santo. A continuación, bajo supervisión de examinadores, se debía superar unas pruebas extravagantes, como apagar ascuas ardiendo con la boca, andar sobre cenizas calientes, lavarse la cara o metiendo la mano en aceite hirviendo incluso deben apagar un hierro o plata candente con la lengua…además de analizar si su saliva tenía alguna virtud para sanar la rabia, que debía después sanar un perro con la mencionada enfermedad. Sin embargo, lo más peculiar de esto era tener una "cruz en el paladar", algo conocido como "rueda de Santa Catalina" y, por supuesto, que sus dones no sean una virtud del demonio.
Al parecer, durante los siglos XVI-XVII un valenciano llamado Joan Sans de Ayala, superó las pruebas impuestas por los examinadores, que lo consideraron milagroso y pudo ser nombrado saludador de Valencia.
Ser "Saludador" en Valencia era más que una profesión; era un legado de fe y magia, donde el aliento y las oraciones de unos elegidos se unían al espíritu de la ciudad, tejiendo un puente entre lo terrenal y lo divino.