Lo siento, pero no puedo seguir callando después de 228 muertos por una DANA cuyos efectos trágicos podían haberse evitado.
Lo siento, pero no me vale con señalar a una persona o a un solo gobierno como chivo expiatorio de esta desgracia. La responsabilidad es compartida, acumulada, y viene de lejos. Durante años se ha ignorado la necesidad urgente de invertir en infraestructuras para encauzar barrancos como el Poyo y la Saleta. Bastaban 200 millones de euros, una cantidad irrisoria si la comparamos con lo que se ha repartido en los últimos 45 años para contentar a nacionalistas vascos y catalanes o caprichos de tal o cual presidente de gobierno. Hay dinero para privilegios, pero no para proteger a valencianos de riadas que se repiten como una maldición anunciada. Sucedió en 1957, pasó en 1982 y venía ocurriendo con las famosas gotas frías especialmente en el inicio del otoño.
Lo siento, pero no me basta con las lágrimas en directo ni con las promesas que el viento -y el agua- se lleva. No estamos ante un fenómeno imprevisible, estamos ante una negligencia institucional. De todos. De los que gobernaron y de los que gobiernan. No es que sea Mazón, la consellera, la delegada del Gobierno, el presidente de la CHJ, el presidente del Gobierno, los alcaldes y alcaldesas si estuvieron o no a la altura de las circunstancias...
Lo siento, pero no podemos seguir tragando con excusas. La prevención no da votos, pero salva vidas. Y si no se invierte en lo esencial, entonces no es una DANA lo que nos arrasa, es la indiferencia.
Guerra de trincheras
Cada vez que una DANA azota el territorio -dejando a su paso calles anegadas, casas destruidas y vidas truncadas- asistimos al mismo espectáculo: la indignación inmediata, la búsqueda de culpables y, como telón de fondo, una guerra de trincheras entre partidos que aprovechan el desastre como munición política. En vez de unir fuerzas para analizar y corregir las carencias estructurales, los responsables públicos se lanzan acusaciones cruzadas que solo buscan réditos a corto plazo. El dolor se instrumentaliza, la rabia se alimenta y, mientras tanto, nadie se detiene a mirar el bosque: décadas de urbanismo descontrolado, prevención deficiente y falta de adaptación al cambio climático.
El problema no es solo meteorológico, sino profundamente político y social. Que la DANA se haya convertido en una excusa para el enfrentamiento partidista evidencia una irresponsabilidad crónica: no hay voluntad real de cambiar las cosas. Porque asumir responsabilidades implicaría revisar planes urbanísticos, invertir en infraestructuras resilientes y, sobre todo, enfrentarse a intereses económicos consolidados. Pero ese camino no da titulares ni votos inmediatos. Así, seguimos atrapados en un bucle: cada episodio extremo se convierte en el déjà vu de la indignación sin propósito, donde el árbol de la rabia mediática impide ver el bosque de una gestión que, si no cambia, seguirá condenando a muchos a vivir entre aguas que arrasan más que la propia lluvia. Hay dinero para lo que quieren, las prioridades nada tienen que ver con las necesidades reales de las personas.
Oportunismo y postureo
Desde el primer charco, hemos visto a numerosos dirigentes haciendo del sufrimiento su mejor plató electoral. Pero hay una pregunta que ningún micrófono parece devolverles: ¿dónde estaban ellos cuando se recortaban fondos para prevención? ¿Qué hicieron cuando los informes alertaban de que las infraestructuras de drenaje, los cauces y las zonas de evacuación necesitaban reformas urgentes? Los valencianos no nos merecemos a unos políticos que olvidaron la tierra por la que fueron elegidos.
Nada. Silencio administrativo. Las obras hidráulicas que debían haberse ejecutado brillan por su ausencia en los presupuestos, mientras los mapas de riesgo seguían acumulando polvo en los cajones. Durante años, la prevención ha sido la gran olvidada de nuestras administraciones, y ahora todos se pelean por la foto entre ruinas y lodo.
La DANA no es un fenómeno nuevo. La ciencia lo ha dicho alto y claro: cada vez serán más intensas y frecuentes. No es una cuestión de sorpresa, sino de falta de voluntad política sostenida. Y eso no se arregla con declaraciones, críticas, manifestaciones y peticiones de dimisión.
Se arregla con planificación, inversiones y valentía política para hacer lo que no da votos: prevenir.
Que no nos engañen. Quienes ahora gritan desde las redes o los platós, ayer callaron ante la falta de obras, miraron hacia otro lado cuando hubo que invertir en infraestructuras resilientes y aplaudieron recortes que hoy pagamos todos. La hipocresía, como el agua sucia, siempre acaba saliendo a la superficie.