Cuando era pequeña, a las niñas nos enseñaban a coser en el colegio. Todas -o casi todas- las niñas de la época hicimos aquel famoso pañito con muestras de ojales, dobladillos, vainicas y distintos tipos de punto. A muchas acababa haciéndoselo su madre, porque si nosotras cosÃamos algo, la generación anterior a la nuestra lo cosÃa todo. Poco más les dejaban hacer.
Después de nosotras, el hilo y la aguja cayeron en desuso. Quedaron arrumbadas en el rincón de las cosas de una época a superar, y no nos percatamos del error, porque saber algo de costura es necesario, tanto para hombres como para mujeres. Siempre hay orillas que se deshacen, botones que se caen, o cuerpos que cambian su tamaño y necesitan que la ropa les acompañe.
Yo nacà entre patrones y costuras, hija de una virtuosa modista que tuvo la osadÃa de traspasar el ámbito doméstico y hacer de la necesitad virtud. Mi madre cosÃa para casa y para la calle, y lo hacÃa muy bien. Nada se le resistÃa, fuera ropa de uso común o de fiesta, trajes de novia o indumentaria valenciana cuando nadie la llamaba asà sino, sencillamente, "trajes de fallera". La recuerdo siempre cosiendo y disfrutando de la costura y, tal vez por eso, yo sigo amando el hilo y la aguja, aunque durante algunas épocas le haya dado un tanto de lado, más allá de lo imprescindible.
Ahora programas como "Maestros de la costura" han vuelto a poner de moda la costura o, al menos, han contribuido a ello. Y proliferan talleres e iniciativas con esa actividad que no debimos perder nunca. Y yo, por supuesto, no he querido ser menos.
En cuanto alguien, en un alarde de generosidad que nunca agradeceré bastante, se ofreció a enseñar a quién quisiera hasta que lográramos hacer una falda de valenciana, no lo dudé un momento. Y redescubrà el placer que conlleva conseguir hacer cosas con mis propias manos. Acabé la falda, más bien pronto que tarde, y pude enseñársela a mi madre, apenas unos dÃas antes de que se marchara para siempre, a punto de alcanzar los 101 años. Sonrió satisfecha y solo por eso valió la pena el esfuerzo.
Pero la cosa no ha quedado ahÃ. El gusanillo me ha vuelto a entrar y no veo el momento de acometer uno u otro proyecto, aguja en ristre. Y no soy la única. Más tarde o más temprano, todas hemos pasado la pantalla de la falda y nos resistimos a que sea el fin. Asà que se ha convertido en el principio y, por suerte, seguiremos.
Ahora solo falta que los hombres también se animen. Porque, aunque es cierto que hay grandes modistos, falta afición del dÃa a dÃa. Y no saben lo que se pierden.