Recorrer en una línea de autobús público una ciudad de un
extremo a otro constituye una de las mejores formas de captar parte de su
esencia. No se trata de subir al bus turístico y detenerse en los lugares
históricos o patrimoniales destacados. Esto último tiene su interés desde el
punto de vista de quien quiere atisbar retazos de su atractivo evidente.
Me refiero más a hacerlo desde la perspectiva sociológica,
desde una óptica de su diversidad demográfica. Por circunstancias, cada vez
utilizo más el servicio de la Empresa Municipal de Transporte (EMT) de
Valencia. Hace poco lo hice para recorrer la metrópoli de oeste a este, de la
avenida del Cid hasta Nazaret. Subí en la parada Avenida del Cid-Hospital, en
la línea 93.
En ese vehículo atravesé la citada vía urbana, con paradas
como Parque del Oeste o calle Ayora, y sus prolongaciones (San Francisco de
Borja y San José de Calasanz), transité por la plaza de España, me hundí y me
elevé en el túnel de Germanías y discurrí por todo Marqués del Turia.
En la plaza de Aragón bajé para dirigirme a la avenida del
Puerto y, allí, tomar la línea número 4 que la recorre por completo y tuerce,
ya junto al puerto, a la derecha para adentrarse en Nazaret y hacer su última
parada al final de este barrio, donde décadas atrás hubo una playa.
En total, más de una veintena de paradas en las que conté un
número superior al centenar de personas que ascendieron y bajaron. Tuve como
vecinos de asiento a un árabe con su chilaba, a una francesa que quería pasear
por la dársena del puerto, a un grupo de falleros con sus blusones y a dos
universitarias que planificaban una noche en la casa de una. La variedad de la
ciudad observada desde el autobús.