A Pablo Iglesias
no le cae mal María José Campanario, al menos que servidor lo sepa. Ni tampoco
veranea en Benidorm (él se lo pierde). No ha participado en ninguna parte de la
saga Torrente o, al menos, de momento y tampoco le da por ir a hacerse unos
cartones al popular Bingo Las Vegas. Pero da igual. Él es, el príncipe del
pueblo, la Belén Esteban de la política, no hay otro. El personaje más
mediático y el hombre de moda capaz de superar en audiencia a la ex mujer de
Jesulín de Ubrique y tertuliana más llana de la pequeña pantalla.
El domingo Pablo
Iglesias estuvo en Salvados con un Jordi Évole en plena forma. Évole ya soñaba
con los millones de espectadores que el lunes dirían las audiencias que tuvo su
programa. No defraudó, casi 5 millones
siguieron a Iglesias, a la voz de la calle, a la voz del pueblo, al
político soñado… o al menos por una parte del electorado que ve en él el cambio
que necesita España tras 30 años de un bipartidismo donde la corrupción y la
crisis parecen haberse enquistado en cada uno de los rincones del país. La
gente está harta y Pablo Iglesias y su equipo de comunicación lo saben y así
actúan en su discurso, muchas veces, populista pero, ¿qué político no lo es?
El sábado, en el
fallido estreno de “Un tiempo nuevo” en Tele 5 -solo un 9% de share y 1,1
millones de espectadores-, una nueva encuesta aupaba a Podemos como la segunda,
que casi la primera, fuerza más votada en las próximas elecciones. Un hito
histórico que podría cambiar el rumbo de España en todos los niveles. Y es que
Pablo es como Belén, llega al pueblo con su discurso populista, criticando a
los políticos como también lo hace la gente de la calle. En su día, Belén se
ganó el cariño de la gente -del que aún goza a tenor de los audímetros- por ser
natural, con sus errores y sus aciertos, y por opinar, primero, de lo mal que
lo pasaba en Ubrique y ya luego de lo que le ponían y ponen por delante, que
para eso le pagan.
Ambos revientan
las audiencias. Programa donde aparecen, programa que es líder en su franja de
emisión, igual sea “Las mañanas de Cuatro”, “Sálvame diario”, “Salvados” o “Sálvame
Deluxe”. A Belén se la rifaban en todos los canales, hasta que T5 la ató en
corto. Y, según la rumorología televisiva, es lo que quiere hacer Vasile con
Pablo Iglesias pero, paralelismos aparte, sería un gran error. A ambos, a Pablo
y a Belén, les encanta la tele y el show business. Ella dando gritos o riendo
de forma incluso histriónica, él con esa pinta de chico de barrio, con coleta
incluida, que parece haberse tomado 10 tilas antes de enzarzarse con otros
tertulianos crispados que temen que Podemos quite a sus amigos políticos del
poder. Pero Belén puede ser exclusiva de T5, ella es entretenimiento. Lo de
Pablo, sería un error. Un político debe gobernar o al menos intentarlo para
todos españoles/espectadores, no solo para los que ven T5. ¿Se imaginan a Pedro
Sánchez apareciendo solo en Cuatro o Rajoy en Antena 3? La verdad es que no.
Bueno, Rajoy solo aparece en una tele de plasma…
Iglesias dijo en
Salvados que le gustaría tener su propio programa en TVE si gobierna, vamos al
más puro estilo Nicolás Maduro en Venezuela. Para que luego se sorprendan los
de Podemos porque sus contrincantes siempre les espetan su amiguismo con el
desacertado régimen bolivariano. Y lo mejor, Podemos aún no tiene un programa político
completo -al menos la parte económica- para las próximas elecciones pero la
gente, desesperada y con razón, les aúpa casi en el poder. Esto no me gusta un
pelo ¡Paciencia! Pero es que Pablo es como Belén, el príncipe y la princesa del
pueblo. Y es que si estuviéramos en la época de castillos y caballeros, los dos
saldrían para saludar al populacho desde lo alto de sus palacios y la gente les
aclamaría casi en éxtasis. Vasile los quiere a ambos en Mediaset. Con Belén hay
un pase pero con Pablo, hay que tener cuidado. La política es algo más serio.
La tele le ha aupado al éxito en una inteligente estrategia de comunicación de
masas digna de estudio en las universidades pero aparecer demasiado quema. Y
España es de quemar pronto a sus ídolos, aunque sea el príncipe del pueblo. Paciencia.