Presentadores de Pequeños Gigantes en Telecinco. FOTO MEDIASET En Pequeños Gigantes se vuelve a echar mano
de los más pequeños para hacer un show en televisión. Sus jóvenes corazoncitos
sufren su primera desilusión al no ser elegidos por el jurado y los padres
desde las gradas se saben mejor los números que sus propios hijos, algunos con
una espontaneidad sospechosamente algo forzada. Demasiadas horas de ensayo
entre cuatro paredes…
Tele 5 estrenó
en la noche del martes una de sus grandes apuestas de entretenimiento para el
segundo semestre de 2014 y, de nuevo, hay que ver qué raro -léase la ironía-,
la cosa les funcionó en términos de audiencia (me pregunto: ¿tendrá algún
fracaso alguna vez T5 en el estreno de un programa en temporada alta, es
curioso y da que pensar…). Más de 3 millones de espectadores y una cuota de
pantalla del 25% le permitieron liderar la jornada, frente a los poco más de 2
millones y el 12% de Vivo Cantando, la serie con ángel de Antena 3 (bautizada
así por su prota, María Castro).
No lo tenían
difícil, y es que los shows con niños están, de un tiempo a esta parte, otra
vez de moda. Ya ocurrió con Master Chef Junior, La Voz Kids y mañana jueves con
el estreno de Tu cara me suena mini. Entre el espectador parece haber renacido un
interés por ver a los niños competir entre sí, algo que no se daba en nuestra
tele desde los ingenuos años 90 con
programas como Menudas Estrellas o Menudo Show, por solo citar algunos de los
de más éxito.
Pequeños
Gigantes no aporta nada nuevo a televisión. Presentado de una forma correcta y
muy natural por uno de los mejores comunicadores de este país, Jesús Vázquez,
el show es incluso hasta aburrido y solo salvado por la sospechosa naturalidad
de los más pequeños y las ganas que le pone Vázquez. Se busca la espontaneidad
del niño para hacer reír a los adultos frente a un pilotito rojo. Y e ahí la
crueldad de esta clase de programas.
Los niños
deberían jugar en un parque, no en un plató de T5 o de cualquier otra cadena de
TV. Además que un talent infantil termine pasada la 1 de la noche cuando éstos
deben madrugar para ir al colegio es, como mínimo, una salvajada. Éstos se
enfrentan a un jurado bastante low cost y poco creíble, Jorge Cadaval, una Angy
fuera de lugar y una Melody que hace lo que puede. Se encargan de elegir a
niños y a decirles a otros que no pasan. Sus pequeños corazoncitos se llevan
probablemente la primera desilusión de su corta vida ante millones de
espectadores y compañeros de colegio.
Pablo fue la
estrella del programa, un niño sospechosamente muy dicharachero, este es su
talento. Sin embargo, a la hora de
recitar sus contestaciones (con preguntas tan previsibles cómo ¿qué quieres ser
de mayor? o ¿tienes novia?, no es que se deba preguntar
sobre la crisis de Ucrania pero sí un poco más de imaginación a los
guionistas), el niño parecía venido aprendido de casa. Mientras, la cara de sus padres se iluminaban de
alegría. Para los detractores de este tipo de formatos, los padres intentan
plasmar en sus hijos -al llevarlos a un plató de TV- lo que ellos hubieran
querido hacer.
Pequeños
Gigantes es como una continuación de La Voz Kids, solo cambia la ausencia de
sillones giratorios. El objetivo: hacer espectáculo con niños en TV. Niños que
juegan a imitar a adultos, niñas pintadas como una puertas y sí, algunas voces
con talento, pero olvidándose todo el mundo de lo que son: niños. Y como tales,
ponerles a competir ante millones de personas me parece una salvajada.
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