José Antonio Giménez. En las pasadas elecciones generales, el debate a cuatro lo ganó en las redes el candidato que no fue invitado. Alberto Garzón obtuvo más de 20.000 retuits al quejarse por su exclusión del cara a cara televisado entre candidatos. Algo parecido a lo que le está sucediendo a VOX. Santiago Abascal demostró en la única entrevista televisiva en prime time con Bertín Osborne que su mensaje no resiste más que 140 caracteres y que su estado de enfado permanente no genera empatía con la cámara. Le cuesta sonreír y es incapaz de acompasar el lenguaje verbal y el corporal. Pedro Sánchez le ha hecho el gran regalo de campaña, quizá a sabiendas de que, en el debate televisado, Abascal tenía más que perder que ganar, exactamente lo mismo que el presidente en funciones. Sánchez regala al líder de la formación de extrema derecha munición para su discurso. Lo que supone también desgastar a Pablo Casado.
Que el presidente en funciones no quería exponerse públicamente en un debate porque era el único que tenía algo que perder, ni exponerse a confrontar ideas con el resto de candidatos ahora que el viento de las encuestas sopla a favor, podía valer como estrategia de campaña antes de la intervención de la Junta Electoral y su inexplicable posicionamiento.
Lo curioso es que los estudiosos dicen que, ni siquiera debates calientes como el de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, en 2011, tuvieron un efecto relevante entre la masa de votantes. Y eso queel 17% de los electores decidió su voto en la última semana. Las cifras son demoledoras.Un 70% de quienes lo vieron dijeron que no les influyó, un 9% se animó a votar y sólo un 1,3% cambió de su voto tras el debate. Y esta realidad se ha repetido proceso a proceso, con el único matiz que hoy, a una semana del día de votación, casi un 40% de los electores no saben o no quieren decir a quien votaran, que no es lo mismo.
Y, sin embargo, Pedro Sánchez ha conseguido con su posicionamiento caprichoso e injustificable situar al debate –sea cual sea éste, y sea dónde sea- en el trending topic de la campaña en el que podríamos definir como fin de semana definitivo. Españoles con tiempo en el bolsillo y horas de carretera para oír y ver repetidamente a un presidente en funciones miedoso, liante y falto de palabra.
Miedoso porque ha puesto todos los obstáculos a su alcance para no confrontarse con el resto de candidatos en igualdad de condiciones. Mucho menos aceptar un cara a cara con Pablo Casado. Sorprendente decisión esta porque, aunque sea una tradición reciente, pues el primero de los debates televisados cara a cara se celebró en mayo de 1993, entre Felipe González y José María Aznar, justificarse en las encuestas para no aceptar el debate con Casado suena a excusa barata. Tanto como negarse a ir a un debate argumentando la falta VOX por su interés social.
Aunque lo peor es la inseguridad que genera la palabra del presidente en funciones, pues comprometido ya con Antena 3 y sorteados turnos e intervenciones con presencia de su director de campaña, ahora se arrepiente, elude responsabilidades, cambia de cadena aludiendo la discriminación positiva hacia los medios públicos y, cuando el esperpento parecía alcanzar su zénit, contraprograma la fecha del debate original. Su credibilidad sufre en cada intervención en la que explica su postura respecto al debate, mucho más de lo que hubiera sufrido permitiendo su celebración. E incluso su repetición en menos de 24h en otra cadena, por muy extraño que pareciese.
Claro que, no debería de sorprendernos la endeblez de alguien capaz de anunciar un mundial de fútbol con sede en tres países, sin que dos de éstos tuvieran la más remota idea de que existía tal propuesta.
Si hasta el Consejo de Informativos de la televisión pública cree que RTVE “debe apostar por la imparcialidad y no ajustar su programación a la propuesta de un único partido político, sea el que sea”. Una colleja en toda regla en la manipulación de la realidad para justificar el interés propio como interés público.
A Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pablo Casado lo que les hubiera permitido arañar algún voto, puede ahora darles alas si Pedro Sánchez no reflexiona y deja de buscar excusas para no reconocer que ha metido el pié en un charco. Hay muchas formas de perder unas elecciones, pero ser derrotado por uno mismo quedaría en la historia del anecdotario nacional.
Pedro el breve puede acumular otro record guinness nacional, el de perder un debate sin haberse presentado. En su mano está, porque Tezanos, a partir del martes, no podrá ayudarle más.
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