Pie de foto El primer lugar de España donde se presentó el cólera en la segunda mitad del siglo XIX fue en Valencia. Irrumpió en 1865, pero no sería hasta 1885 cuando desplegó todo su furor. Se tenía noticia de cómo andaba evolucionando por el mundo, sobre todo por Asia, Egipto e Italia y con mucha antelación, en 1854, el Ayuntamiento, muy ágil, consciente y responsable, fue tomando medidas preventivas, así consta en los acuerdos municipales de la época que se guarda en los archivos.
Los datos los encontramos en un informe elaborado por los técnicos municipales en aquella ocasión y que firmó el Alcalde, José María Ruíz de Lihory y Pardines, Barón de Alcahalí. Lo primero que hizo al Ayuntamiento fue un bando con recomendaciones higiénicas y una comisión se dedicó a visitar los lugares más necesitados de ayuda, entre éstos el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, establecidas en nuestra ciudad desde 1874.
En 1884, el Cuerpo e Higiene Salubridad Municipal redactó un plan general e saneamiento, que aprobó el Ayuntamiento que fue complicado de aplicar por la trama urbana de la ciudad, “barrios aún moriscos por su disposición general y hacinamiento que sufren”, decía el Alcalde Barón de Alcahalí. Con unos desagües y conductos subterráneos “los más antiguos que quizá se conoce en Europa” necesitados de renovación general, al tiempo que se quejaba de la falta de adecuadas ordenanzas municipales y de que no se respetara el medio ambiente por las industrias y actividades que habían invadido la ciudad.
Se saneó las calles, las aguas, las letrinas, los edificios públicos, casas, f´bricas, talleres,… todo lo que pudiera constituir “la regeneración de los gérmenes morbosos”. Se estableció un control médico a la llegada de los trenes y la policía controló la de los camiones, también de los forasteros y si alguno procedía de “sitio sucio o sospechoso” se le obligaba a pasar revisión médica por si presentaba síntomas de cólera. A la vecindad se le dio una cartilla con medidas que tenían que adoptar para prevenirse de la epidemia. Se habilitó san Pablo como Hospital y el Carmen como Lazareto a donde llevar a “los infestados”.
Estalló la pandemia en Beniopa, luego en Xàtiva que “no se acordonó, y por tanto quedamos indefensos”, pasando a los pueblos de La Ribera dirección Valencia. En los trenes se puso guardia sanitaria para detectar posibles pasajeros afectados y a la llegada a Valencia entregarlos a los médicos. El gobernador puso un cordón sanitario en torno a la Ribera. Los que llegaban a la urbe sin control por otros medios y se alojaban en fondas o pensiones se obligaba a los establecimientos a que lo comunicaran a las autoridades especialmente si observaban que estaban enfermos. Tenían que rellenar unas fichas con sus datos personales.
Sistema represivo
“El sistema represivo que hemos empleado consta de tres elementos principales: la revisión médica de los forasteros, el aislamiento de los focos y de las personas que en ellos se encuentran, el saneamiento y desinfección de los mismos focos”, explicaba el Alcalde. Se invitaba a la gente a enunciar focos insalubres, el Alcalde en persona acudía al lugar público o particular, lo comprobaba y ordenaba las medidas oportunas. Se ordenó la limpieza, monda, de las acequias que atravesaban la ciudad. Surgiendo un foco grave de epidemia en Burjassot se prohibió que ningún vehículo que viniera de allí entrara en la urbe. Se mandó colocar sifones en los “escusados” de las casas, pero se agotaron las existencias y no pudo cumplirse por todos la orden.
Recuerda leer después: LA EPIDEMIA DEL CÓLERA DE 1885 (I PARTE)
Los mercados fueron muy controlados decomisándose productos que no estaban en las debidas condiciones. Se analizaba a diario las aguas de consumo público “con objeto de conocer el momento en que aparecían en ellas los organismos considerados como causa del cólera y poder recomendar como más necesaria la cocción de ese líquido”. Vieron la necesidad de que las calles de la ciudad estuvieran bien barridas y como el contratista que lo hacía las mantenía sucias, le quitaron la contrata y lo hizo el propio Ayuntamiento.Con este tipo de medidas se evitó muchos contagios y muertos. La tasa de mortalidad en lugares donde no se preocuparon por la prevención llegó al 10%.
El Ayuntamiento montó su propia carnicería
Se desaconsejó que la gente tomara frutas y verduras por estar regadas con aguas mezcladas de vertidos fecales e industriales que podrían llevar la infección, recomendándose la carne, pero no todos tenían dinero para carne, y recurrieron al pescado de cuando levantaron la prohibición de la “pesca de bou”. El Ayuntamiento instaló un puesto propio de venta de carne ante el alto precio que alcanzó, obligando a los especuladores con importaciones de provincias limítrofes a bajarlo. Los helados se hacían con agua previamente hervida. A la gente le dio por ir a llevarse agua del Pouet de sant Vicent en su Casa Natalicia para que le protegiera del cólera.
Quedaban otras medidas, éstas de índole urbanísticas, más costosas y a largo plazo por el dinero y el engorro burocrático: “La reforma de los barrios insalubres que tenemos. Si desaparecieran las calles de Valeriola, san Antonio, Ripalda, san Clemente, etc… es posible que el cólera en otra invasión causara menos víctimas que en la última”
La reflexión final del Barón de Alcahalí sobre estas medidas adoptadas fue que se contuvo y ralentizó la expansión de la epidemia, se evitó muchos contagios y muertos, pero “el mal ha de recorrer su ciclo y mientras tanto no llegue al vértice, es imposible detener su marcha.” Un monolito en el cementerio municipal de Valencia recuerda a las víctimas del cólera del aciago final del siglo XIX. En nuestra actual pandemia del coronavirus, al alcalde Joan Ribó, su estallido le pilló en la ópera, sin plan B, es decir sin ningún plan.
¿No has leído la primera parte?: LA EPIDEMIA DEL CÓLERA DE 1885 (I PARTE)
Comparte la noticia
Categorías de la noticia